Por la quinta fecha de la Liga Profesional, la T le ganó a Banfield por 1-0.

En 15 minutos a Talleres le crecieron los colmillos, le empezó a hervir la sangre y su instinto ya no fue tan doméstico como el que había mostrado un rato antes. El equipo había dado en el primer tiempo una imagen, sino tan errática y tibia como contra Central Córdoba de Santiago del Estero, al menos dubitativa y poco agresiva, que parecía moldearse a gusto y placer de Banfield, que cometía errores frente a Guido Herrera, pero que persistía en su afán de quebrarlo. Y parecía que podía lograrlo en cualquier momento.

Pero algo debió hacer Alexander Medina en su laboratorio. En ese breve lapso, aunque no bramó su discurso en el vestuario, su mensaje debe haber tenido la suficiente contundencia como para mejorar el orden del equipo y estimularle la ambición para afrontar lo que quedaba por jugar. En el segundo tiempo sus jugadores tuvieron más vigor, empezaron a ganar más las pelotas divididas, y con más ganas que fútbol (no le pidamos lo que todavía no puede dar) fue generando situaciones que lo llevaron a pensar que ganar los tres puntos era algo posible.

Qué otra cosa pudo haber pasado como para que se haya notado una mayor seguridad de movimientos en Herrera; y una misma postura en su defensa. Y ni qué hablar de Juan Méndez y Francis MacAllister, que recuperaron el balón mucho más de lo que lo perdieron. Y a la par de ellos creció Diego Valoyes; el uruguayo Santos y Carlos Auzqui insistieron como siempre y hasta Angelo Martino dejó de definir en el arco adversario como un defensor, tal la secuencia de oportunidades de gol por él desperdiciadas, momentos ingratos que rápidamente pasaron el olvido cuando recibió la cesión de Valoyes y anotó el gol de la victoria.

Talleres (no es una novedad) es impredecible. Parece gustarle caminar por la cornisa al poner el balón en juego casi en su área chica y repartirlo algunas veces con su rival a metros de su arquero. Y a la vez ofrece cambios de actitudes y de rendimientos que pueden explicarse en los continuos cambios que su plantel experimenta al calor de transferencias que no piden permiso, no admiten reclamos y parecen no dejar margen para las excusas. Se suma la ausencia de un generador de juego (¿podrá ser Diego García?); el hombre de la pausa; el futbolista pensante que con un pase bien dado ayude a economizar esfuerzos y a evitar angustias innecesarias.

Aun así mantiene inalterable una base de sacrificio y de disposición al espectáculo que le da margen para pensar en positivo y en lograr algún éxito importante. A propósito: el miércoles próximo jugará con Estudiantes de Río Cuarto por los octavos de final de la Copa Argentina. Si supera esa instancia lo espera Témperley. Estos rivales, en un torneo tan particular, con definiciones exprés, más allá de la fuerte oposición que ejercerán para impedir su camino, tampoco son muros infranqueables como para dejar la espada antes del duelo.

Si Talleres logra más estabilidad en su ánimo y en su juego podrá seguir pensando en una buena clasificación en el torneo local y por qué no en repetir otra experiencia internacional. Y antes que eso, podría instalarse entre los cuatro mejores del campeonato más federal que tiene el fútbol argentino.