Con dos penales atajados, Herrera fue decisivo para pasar a San Martín (SJ) y que la “T” avanzara una instancia más.

Cuando estiró el brazo izquierdo y le contuvo el penal a Ardente, todo el estadio lo ovacionó. Explotó al grito de “¡olé, olé, olé, Gui-do, Gui-do!”. Fue la más hermosa música para sus oídos, porque además de permitirle a Talleres pasar a los octavos de la Copa de la Superliga (enfrentará a Atlético Tucumán en el Kempes el próximo sábado), a Guido le permitió saldar una cuenta consigo mismo.

Herrera, el arquero riocuartense al que hay que atropellarlo con un tractor para que suelte la titularidad, era consciente de que a partir del partido de vuelta contra Palestino, por la Libertadores, había bajado el buen nivel que siempre mostró. Y que no hace mucho, lo llevó a ser tenido en cuenta para la selección nacional.

Probablemente haya sido como consecuencia del apagón colectivo del equipo, es cierto. Porque el fútbol es también un hecho anímico y contagia a todos cuando la pelotita no entra en el arco ajeno y lo hace más en el propio.

Quiso el destino que el de ayer haya sido su partido oficial número 100 en Talleres desde que llegó hace cuatro años, cuando merced a su tremendo nivel y regularidad, terminó relegando a una figura como Mauricio Caranta. A lo mejor, esa camiseta con el número “100” que le entregaron antes del partido lo haya potenciado.

El naranja furioso de su atuendo, el que estrenó en la fecha final de la Superliga en San Juan y que no le trajo suerte en ese partido ni en el posterior, anoche pareció brillar más con la luz de los potentes reflectores del Kempes.

Es que era él quien despedía un brillo especial. Como si hubiera estado escrito en algún lado que debía ser “su” partido, “su” noche, como finalmente terminó sucediendo. Comenzó a demostrarlo en el segundo tiempo, cuando el partido caminaba por una cornisa para la “T”, aún ganándolo 2-0, por el temido gol de visitante que acechaba y se acercaba.

Sacó un par de pelotas decisivas, de esas que agigantan a cualquier arquero y lo hacen ganar en confianza. Por eso llegó a la definición por penales agrandado, seguro de sí mismo, consciente de que la suerte del equipo estaría en sus manos y que podría. En la previa de la Pascua de Resurrección, para que Talleres pudiera revivir y emerger de las tinieblas, con luz propia y contagiándola.

Habló con Gustavo Irusta antes de la serie y el entrenador de arqueros le dio un par de consejos, de esos que le da en cada entrenamiento.

“Me dijo que eligiera un palo”, dijo antes de que su “colega” Ardente, un muy buen pateador de penales, se perfilara como para pegarle al medio. Eligió la derecha, estiró el brazo zurdo y la angustia se acabó. La de él, que llevaba como una procesión interna, la de todo el grupo de sus compañeros y la del cuerpo técnico.

Tantas veces le criticaron que no era un arquero “atajapenales”, que alguna vez debía resarcirse. Y fue anoche, tapando el de Bogado y el de Ardente.

Y elevó su cuenta a cinco contenidos desde que llegó a la “T”. Lo necesitaba él, lo precisaba Talleres y los hinchas, que lo alentaron antes de cada ejecución. Por eso, al final del partido, dijo: “Parte del triunfo es de la gente. Hoy ayudó mucho. Cuando el partido estaba trabado, nos ayudó con su aliento”. Fue así. Una comunión que él y Talleres necesitaba.