La procesión es incesante. La camiseta tira y cómo. Es la albiazul, la histórica y también la naranja, que aparece como nuevo imán para atraer multitudes. Son cientos de hinchas, son miles, son decenas de miles. Póngale usted el número que quiera. La ilusión sigue intacta, se mantiene vigorosa. Tiene vértigo. Cabalga en la ansiedad por despegar de una buena vez, de terminar con el castigo, de conseguir el objetivo. De levantar los bártulos para irse a jugar a otro lado. El domingo a la tarde emocionaba ver al público armar columnas que se comprimían en cada una de las entradas al estadio Mario Kempes. Producía tristeza verlas después, una vez terminada una actuación híbrida, de ni fu ni fa, que no dijo nada, que no tuvo voz, que con 32 mil hinchas como respaldo y jugando de local, sólo un par de veces alcanzó a entibiar los guantes del arquero adversario.

Talleres empató sin goles con Gimnasia y Tiro de Salta, quedó segundo de Defensores de Belgrano de Villa Ramallo y tiene que visitar el fin de semana que viene al equipo que le pisa los talones, Juventud Unida de San Luis. Un partido cuya vara mide un poco más de tres puntos. Por esta última parte del contexto, por lo que se jugaba y por las repercusiones de su triunfo en Río Negro, más zapatillas y más remeras llenas de optimismo enfilaron hacia el Chateau Carreras.

Pobre espectáculo, fuerte frustración produjo el equipo de Frank Kudelka, que repitió el equipo anterior a la salida por lesión de Nicolás Schenone Paz, del que salieron los mismos errores que lo hicieron sumar puntos durante toda la temporada, pero que asimismo lo han llevado casi siempre a navegar en la intrascendencia.

Sin problemas en el fondo, perdido el equilibrio entre marca y creación en el medio campo por la ausencia del aguerrido uruguayo, Rodrigo Burgos volvió a aparecer como el ariete que cruzó una y otra vez la cancha de manera transversal para frenar cualquier intento salteño. ¿Y a partir del paraguayo surgen las preguntas? ¿Es la mejor posición para Raymonda jugar a su lado, o un poco más adelante, cuando sus características siempre lo han distinguido como un generador de fútbol de tres cuartos de cancha hacia adelante? ¿Está físicamente apto Juan Pablo Francia para mantener durante 90 minutos la intensidad de movimientos que exigen estas verdaderas finales y para darle vuelo a sus indiscutibles dotes de estratega? ¿Por qué teniéndolos a ellos dos y a Barrionuevo, tres jugadores de buen toque y puestos precisamente por Kudelka para elaborar juego, Talleres tiene ese problema en casi todos los partidos? ¿Por qué Araujo, jugador diminuto y endeble, debe hacer un recorrido desgastante por su andarivel para ayudar en la marca cuando otro compañero, con más economía de esfuerzo, puede hacerlo?

Estas cuestiones fueron superadas en parte en la buena victoria albiazul ante Juventud Antoniana de Salta. Son problemas solucionables, a partir del cambio de táctica del entrenador o de disposición de jugadores en el césped, que necesariamente deben aparecer para otorgarle más chances a un plantel que desde su misma conformación surgió como gran candidato a ganar el primer ascenso de categoría.

Sin embargo, hay otro elemento que no aparece en el equipo, y cuya necesaria demanda no entra en colisión con los preceptos del fútbol bien jugado, generoso con el espectáculo, tan afín al pensamiento del entrenador de Freire.

Talleres, a nivel colectivo e individual, y aunque no haya tenido mucha necesidad de aplicarlo, no ha mostrado revulsivos que cambien por temperamento lo que el curso de un partido puede conducir, como ante Gimnasia y Tiro, hacia un tibio y desolador empate. En un futbolista, en dos o en toda su estructura, Talleres no ha mostrado actos de rebeldía o de prepotencia en la actitud, que lo hayan hecho ganador a través de vías distintas a las naturales del buen fútbol.

Ese recurso todavía no ha sido explotado. Pero todavía hay tiempo. Quedan siete partidos. La sensación es que jugando a este nivel Talleres acumulará todos los interrogantes sobre sus reales posibilidades de ascenso. La imprescindible vuelta de tuerca en su ánimo y en su juego no debe demorarse. Mientras eso se vaya produciendo, al hincha, persistente y tozudo, le bastará con seguir poniéndose la camiseta.