La "T" superó a Juventud Antoniana de Salta. Los goles de Barrionuevo y Strahman le permitieron lograr un triunfo esperado y merecido. Es puntero del reducido.

¿Qué hay que hacer para ser feliz en el Mundo Talleres? Qué pregunta. Son pocos los equipos que han podido resolver esa cuestión. La era donde la vida albiazul se desarrolla en la tercera categoría del fútbol y donde los tiempos siempre ­deben apurarse ha destrozado hasta a los más pintados e ilusionados, con excepción de aquel equipo de 2013.

Pero una manera de sobrevivir es dar la talla en los partidos clave. Ya con el campeonato en serio en marcha (porque el que lo gana asciende), Talleres necesitaba de uno de esos juegos. Así fue el 2-0 de anoche sobre Juventud Antoniana, aquel que junto con Talleres había sido el mejor equipo de la etapa clasificatorio.

Y para empezar a dar la talla fue necesario saber de las limitaciones propias y de los rivales. Conocer eso le permitiría esconder defectos y maximizar virtudes.

Era necesario e impostergable cortar con esa vida futbolera que lo mostraba como el equipo que pretendía llegar con cinco o seis jugadores cuando había uno solo para recuperar, como ese quijote que es Rodrigo Burgos. Un cuadro que quería ser protagonista, pero que no tenía profundidad ni orden para progresar; aquel que buscaba salir limpio aunque la pelota terminaba, invaria­blemente, en un pelotazo de los centrales.

Era el mismo que en un circuito de juego tenía a Barrionuevo, a Francia y a Araujo, pero separados por una estancia. Además de una pasada constante de los laterales y pocos por sorpresa. De local y de visitante.

Entonces entre ese ideal y lo que le salía, Talleres finalmente jugó a lo que podía. Sí. Y fue necesario que Frank Kudelka, se animara a dar el paso adelante. Lo ensayó frente a Unión en Sunchales con el ingreso de Nicolás Schenone Paz, quien completó la tarea de Burgos (“Me sentí más cómodo. Estuvimos más compactos”, dijo) y Talleres pudo pensar en ser protagonista porque ahí sí dispondría de la pelota para serlo.

Fue un cambio de frente. Como el del paraguayo para un Aldo Araujo que nadie esperaba por derecha. Ni hablar de la pelota que cruzó para Ezequiel Barrionuevo que llegó solo por izquierda y marcó el 1-0 parcial. ¿Más? Sí, porque “el Indio” no fue el único en volver al gol. También le tocó a Eial Strahman, aquel de los goles difíciles (presionó en la salida al fondo visitante y definió con Maino caminando) y del que puede errar los de menor dificultad.

La “T” hizo la diferencia y supo administrarla. Pero también hubo un costo. Como que en el Mundo Talleres no se puede terminar de ser feliz. Ganó de local ante 26 mil personas, se subió a la punta y soñó, aunque las lesiones de Javier Velázquez y Nicolás Schenone Paz (ambos en rodilla izquierda, no las operadas) lo preocuparon. Talleres dio la talla, fue la noticia. Pero ser feliz tiene su precio.