Lejos de la máxima categoría. En 10 años, Talleres bajó de la Primera División a la Primera B Nacional y dos veces al Torneo Argentino A por un cúmulo de errores deportivos e institucionales.

Hace casi 10 años, en julio de 2004, Talleres descendía a la B Nacional tras dos partidos frente a Argentinos Juniors, con aquel equipo que dirigía Juan José López y que, pese a sumar 59 puntos en la temporada, jugó la promoción para intentar quedarse en Primera. Ese que integraban, entre otros, Marcos Gutiérrez, Erpen, Maidana, Víctor López, Donnet, “Chicho” Serna, De Bruno, Piriz Alves, Osorio, y también Maximiliano Salas, quien por las paradojas del destino terminó como el responsable deportivo último, junto con el presidente del Fondo de Inversión albiazul, Rodrigo Escribano, del plantel que descendió ayer al Torneo Argentino A.

También quedaba atrás una oscura etapa institucional, marcada a fuego por referencias insoslayables como Carlos Dossetti y sus cheques “voladores”, Antonio Fauro, Jorge Petrone, concesiones irregulares de inferiores, doble venta de jugadores, asambleas “manijeadas” por barras y una larga lista de etcéteras.

Por entonces, su inmensa hinchada y pequeño padrón de socios pensaron que se había tocado fondo. Hizo el duelo, creyó que de los errores se aprendería y comenzó a ilusionarse con un futuro deportivo e institucional más alentador. Lejos estuvieron de concretarse esos anhelos y la caída en picada se profundizó.

El club se fue a la quiebra en diciembre de 2004 y después vinieron las fallidas experiencias de gerenciamiento de Carlos Granero, primero, y Carlos Ahumada, después, esta última coronada en el peor de los escenarios: el descenso al Torneo Argentino A, en 2009.

Lo que sobrevino después es historia reciente: la conducción provisoria de la Fundación Azul y Blanco, la coadministración entre el juzgado de la quiebra y el Fondo, cuatro años desandando geografías desconocidas y canchas impresentables, el acompañamiento masivo Son los días que lleva Talleres sin participar de un torneo de Primera División. Desde el descenso el 4 de julio de 2004 hasta hoy. Demasiados para un club con mucha historia en la máxima categoría. de su hinchada y el ansiado regreso, hace un año, a la B Nacional. Pero por una sucesión de errores cometidos dentro y fuera de la cancha, como en 2004, la alegría le duró apenas 12 meses. Un fracaso del que deberá hacerse cargo el Fondo de Inversión, en la parte que le corresponda, pero principalmente un plantel de futbolistas y un par de entrenadores que lejos estuvieron de responder a lo que se esperaba de ellos.

Y ahora, como una ironía del destino, será volver a empezar. Con la ilusión de retornar en seis meses, con la casi quiebra levantada y fecha cierta de elecciones. Pero con el mismo desafío de hace 10 años y que tampoco se cumplió una vez apagado el frenesí de las 62 mil almas en el Kempes frente a San Jorge, la ilusión óptica del triunfo frente al campeón Newell’s en la Copa Argentina y los festejos del Centenario, con la película Locura que enamora mi Ciudad incluida.

Ese que se relaciona con el necesario aprendizaje de los errores y de una cuestión que, de no superarse, lo seguirá confundiendo, equivocando caminos y llevándolo a mayores fracasos. El que se vincula con la soberbia, ese pecado capital del que dentro y fuera de la cancha Talleres no puede despojarse.

El de creer que, con sólo invocar la grandeza, la historia y la chapa le bastará. Que las 30 mil personas en el Kempes serán el jugador número 12 que le permitirá ganar los partidos y los ascensos. Que la B Nacional sería un trámite y que el lugar de Talleres es la Primera. Así, en solo un año, descendió al Averno del que le costó cuatro años salir, para desde agosto próximo otra vez a remarla en dulce de leche.

La soberbia, pecado capital. Talleres está ahora en el torneo que merece estar, producto de sus muchos errores y escasos aciertos en lo deportivo. Y sería una gran pena que todo lo bueno que logró el Fondo de Inversión – más allá de sus evidentes errores de conducción deportiva en la elección de los jugadores, refuerzos y técnicos– recuperando las inferiores de la Liga y las de la AFA, el “Tallerito”, mejorando la pensión del club, acondicionando el predio, racionalizando la administración y restableciendo una imagen institucional creíble, se pierda por un descenso.

Amadeo Nuccetelli falleció hace siete años y recrear aquel equipazo que supo construir en los ‘70, pensando en grande, es una utopía. Eran otros tiempos, era otra la historia y el fútbol de hoy cambió. Habrá que bajar otra vez a la realidad, aceptarla, resignarse sin perder los deseos de progresar, morder el polvo de las canchas y árbitros del Argentino A y retomar el sendero que lo devolverá, cuando corresponda y si hace bien las cosas, a la Primera División.

Habrá que quitarles privilegios a los barras y premiar a los hinchas en serio. Habrá que conseguir un padrón de socios numéricamente acorde con la multitud que lo sigue y no con los apenas 2.000 de ahora. Y que la apelación al sentido pertenencia y la fidelidad bien entendida a los colores deje de ser un eslogan para convertirse en un requisito. Y la oposición, en sus distintos grupos, deberá convertir la pirotecnia verbal en propuestas superadoras y sustentables.

Toda crisis, en la vida como en el fútbol, es una oportunidad de cambio. De cómo afronte esta dependerá frenar una caída sostenida durante esta década perdida.