Partidazo. Empataron 2-2 en un Kempes con marco de Primera. Más de 40 mil hinchas acompañaron a un Matador que tuvo una buena noche y terminó conformando a la tribuna.

Siempre lo logra. Siempre es así. Y es como si las dudas existenciales aparecieran una vez más. Como si hiciera falta revalidarlo. ¿Lo lograremos otra vez? La pregunta viene recorriendo las épocas, aún tras el 2-2 de anoche entre la T y el Rojo. Y volvió el Matador a eso de ponerse a prueba cada tanto.

Pero Talleres es esa sensación de siempre. Porque los hinchas lo hacen notar en cada momento. En las peores y en las mejores. Talleres es una sensación nacional siempre.

Así, las telarañas lo envuelvan en las arrugas del destino que lo ha retorcido allá por los 70, mucho antes también. O quizás en pleno Siglo XXI. No es caprichoso recordar cada vez que Talleres e Independiente se cruzan en esas imágenes del dolor, de la tristeza. Pero también las del aprendizaje. Se ve que el curtido de piel azul y blanca ha sabido digerir los fracasos. Ha sabido meter el pecho a las balas. Y lo ha demostrado. Como lo hizo hace casi ya cinco meses.

¿No te acordás? Siempre, siempre hay que tener memoria. De la buena, la que hace visible todas las miserias. Claro, entonces sí que te acordás de la noche de las 62 mil gargantas contra San Jorge. Hace un puñado de meses te regodeabas en el Torneo Argentino A, con el dolor de panza que se sube al esternón y rebota en el corazón. Y las lágrimas interminables. Entonces, caés en la cuenta que esa sensación nacional que tu abuelo te repetía es tal.

Pero hay que dar siempre una prueba, como si nada de lo escrito existiera. Ya no quedan tantos como aquella noche del 78, pero se ve que las semillas se esparcieron y brotaron con más bríos. Tu viejo, vos, tu hermano y su sobrinita. Y eso que el frío era de esos que te decían: “Che, quedate en casa, con un asadito que está para pelarse”.

Pero no, tozudos como son los hinchas de Talleres, se lo tomaron como debe ser y se fueron al Kempes, a copar con más de 40 mil almas la noche. A hacer el aguante que los jugadores necesitaban. Y aunque el Rolfi Montenegro no es Bochini, ni Fredrich es Valencia, la realidad de la pelota los puso así, con la 10 en la espalda a la vuelta de la historia.

Con la bronca del pasado y con la ilusión del futuro, como los hinchas empujaban con el “volveremos a primera”, los jugadores ponían tanto pero tanto de sí, que no parecía que las garúas tórridas de la noche abrazaran con su gélido manto al Kempes. Klusener y la voluntad de fierro. Morel Rodríguez sufriendo y cortando clavos. Sánchez Sotelo, un lobo con pinta de frontman en un show de rock, se paraba en el centro de la escena cada tanto. Que a fin de cuentas lo llevó al empate con heroicidad. Porque después del 1-0 y las dos cachetadas de Montenegro había que remontarle otra vez a ese Independiente “tan Independiente”.

Si la bestia K que lleva el 9 en la espalda de la T mereció más que un gol, será que la suma de todos sus esfuerzos le tradujeron al Lobo ese grito interminable. Talleres, por televisión, con más de 40 mil monos desafiando en las tribunas. En derredor a una de las grandes batallas de la temporada. La de la T. La del Rojo.

La de la historia. La que hace seguir entendiendo por qué Talleres es una sensación nacional. No hace falta seguir explicándolo.

Igual Campaña. Talleres e Independiente tienen idénticas campañas. Ambos quedaron con 14 puntos. Ganaron tres partidos, empataron cinco y perdieron dos. Marcaron 11 goles y recibieron 10. Con un partido más, la T y el Rojo están una unidad por debajo de los terceros, Crucero del Norte y Atlético Tucumán.