Cada fracaso deportivo trae a colación en Talleres una cacería de brujas peor que en la época de la Santa Inquisición, con acusaciones, protestas, denuncias y promesas de tener la fórmula secreta para sacar al club del holocausto futbolístico e institucional que está sumergido, según el parecer de los opositores. Por eso, para quitarle una dosis de dramatismo y entender más los procesos, es importante a su vez entender que la confrontación desmedida no siempre es el camino. Bienvenida sea la apertura en el Juzgado de Saúl Silvestre la recepción de propuestas para colaborar a sanear a la institución, con alternativas de conducción. De todas maneras, es importante que se reconozcan errores, asuman responsabilidades. Y en este juego de método Gronholm, donde parece que todo vale para eliminarse como competencia, creo que todos los actores tiene mucho más para perder que para ganar. Eso de criticar de traidores a unos apoyaron a los gerenciamientos de Carlos Granero y de Carlos Ahumada, que descendieron al Argentino A, o que formaron parte cíclicamente de secesiones permanentes por política, en el caso del Núcleo Centenario y el Movimiento Talleres es de su gente, es un caso. Ni hablar del Fondo de Inversión, que contiene integrantes de las gestiones de Carlos Dossetti, que condujo el club a la quiebra y de al que todavía sigue inmerso, como Carlos Merino, de la Fundación Azul y Blanco, y el inversionista Hubo Bertinetti.

Todos, casi sin excepción, formaron parte del pasado de Talleres, ese que a nadie le conviene recordar. En el debate no hay nadie impoluto. Talleres está por encima de cualquier ego o ambición personal. Mientras en Tribunales prevalezca esa idea, será de cuantiosa valía. ra el club. Más allá de la deuda y del Argentino A, la institución necesita resurgir de con sus hinchas. El pasado y presente incómodo de muchos es una arista a excluir si se busca unidad, porque nadie está exento de salpicaduras.