Figura. Leandro Requena, el arquero de Talleres, tuvo atajadas claves y mostró seguridad para salir a cortar centros. Los palos estuvieron con él.

El tipo y su soledad rumbo al arco. Un estadio le estalla en los oídos y ya no puede volver atrás. Lo juega antes que el resto. Allá va, con el pelo húmedo, dispuesto a activar los reflejos, a medir altura-tiempo con el Mono Irusta contándole secretos del maldito oficio de evitar lo más genuino del fútbol: el gol. Sí, para ser arquero es necesario ser maldito, protagonista, un trapecista en el abismo. Y Requena, ayer en el Mario Kempes, se hizo cargo de todo. Hasta de dejar con las ganas a los relatores Bocha Houriet-Aldo Sánchez-Matías Barzola que vieron sus gritos tapados por las manos del 1 de Talleres.

Pero el arquero no sólo debe atajar pelotas. También embolsar dudas, puñetear inseguridades y achicar decisiones. De entrada, Requena calculó mal un centro y casi lo grita Racing. Lejos de achicarse, el portero nacido en Malagueño creció en el partido. En la jugada siguiente, fue arriba y atenazó la bocha con pura convicción.

Así fue acomodándose. Con los ojos atentos, con la intuición para ponerle las palmas a un remate fortísimo de Pablo Vilchez que quemaba. Y él firme, pese a todo. Porque nadie sabe que los arqueros juegan con miles de tipos subidos en sus hombros. Con otro peso, invisible, muy jodido.

“Sabíamos que iba a ser un partido así. Racing salió a ganarnos y nosotros demostramos que también queríamos la victoria. El empate es justo y pudo ser para cualquiera”, diría después Requena, con el tono tranquilo, el cuerpo dolido de tanto golpe contra el suelo. Sin guardarse nada, a pura intensidad, con 24 años y un paquete de sueños acumulados cuando el banco de suplentes era su área chica.

Ahora es protagonista. Se juega la vida en un mano a mano raspándose las rodillas contra el Negro Molina. Becica tira un centro traicionero que se abre pero él va empujado por las ganas, dispuesto a abrazarla como si fuera el amor de su vida. Aunque sepa que pronto la dejará ir para que la peinen Sáez o Riaño, en la otra punta.

Escupirá bronca porque Molina le toca el orgullo. El primer tiempo se muere y la Academia grita gol. Requena insulta, muerde el pasto, cuánto quisiera volver el tiempo atrás. “No nos pueden hacer un gol faltando 30 segundos para que acabe la primera etapa. Debemos corregir esas cosas”, contaría más tranquilo, en vestuarios.

Claro, durante el juego no hay mucho tiempo para pensar. Es pura reacción. Pero una vez terminado el clásico hay tiempo muerto y Leo analiza lo sucedido. “Los primeros 25 minutos manejamos bien la pelota, generamos varias situaciones de gol. Fuimos superiores en ese segmento del partido pero sabemos que debemos corregir. La serie no está cerrada. Todo está por definirse y debemos jugar como hoy para seguir adelante”, admite el hombre que se ganó la titularidad en lugar de Michael Etulain.

Los palos, sus amigos. Es cierto, a veces los reflejos ni la fuerza de piernas alcanzan. Pero están los palos y el travesaño. Acaso la vida de repuesto para los arqueros, el ángel de la guarda, diría algún católico empedernido. Van 19 minutos del ST y Vilchez –un notable jugador–- le sacude el palo izquierdo con un tiro libre temeroso.

Ni hablar cuando en el área chica, el Yiyi Rivero está dispuesto a salir en los diarios. Pero cabecea mal y Requena queda mirándolo, como agradeciéndole en silencio. A pura adrenalina, el arquero de Talleres vuelve a cortar otro centro. Y no es poco. Porque el mismo ha sido autocrítico al respecto. “Sé que debo trabajar siempre para seguir creciendo en el puesto. Y un tema a perfeccionar es salir a buscar las pelotas aéreas”, supo decir en alguna entrevista.

Sobre el final, otra vez Vilchez le revienta un poste. Requena baja los párpados, respira hondo. Entonces saca largo desde del arco.

Hasta que el árbitro pita el final. Leandro Requena se aleja del arco y viene con su sombra

Los relatores sabrán disculparlo. Por las manos de Requena se quedaron con ganas de gritar un gol y contarlo por la radio.