Talleres y Racing empataron en el arranque del Torneo Argentino. Mucha gente y poco fútbol. Quedaron en deuda.

No será nada fácil todo esto. Tedioso. Pesado. Interminable. Recorrerá cada rincón de los más variados estados de ánimo. Y alimentará de golpe alguna esperanza y quitará después más de una ilusión. Es el gen de este torneo argentino. Una especie de célula que habita en el interior de las almas que quieren dejar de penar. Pero que, inevitablemente, tendrá en Talleres y en Racing más de una razón para llevarse la palma de la mano a la frente que se humedecerá una y otra vez. Y ayer no fue la excepción a uno de esos días que obligan a la tensión.

Porque el 1-1 entre la T y la Acadé en el arranque del Torneo Argentino encontró en un empate pálido, las realidades de dos equipos a los que les falta mucho más que cinco para el peso si está entre sus objetivos concretos pelear por el ascenso.

Talleres, poco de fútbol. Eso que dice su entrenador Arzubialde como “circuitos de fútbol”, en la T es más que visible la anemia creativa. El equipo es pelotazo. No juega. No piensa. No crea. Racing, sí parece ser un poco más criterioso. Pero se diluye. Es como esos chorros de agua enérgicos que fluyen desde su presión, pero que luego se diluyen en una mancha sin forma.

En un Estadio Córdoba prácticamente copado por sangre azul y blanca, unas 22 mil personas presenciaron casi un fiasco, aunque se dieron tiempo como para disfrutar de un par de gritos. Talleres mostró desde el comienzo sus intenciones de manejar el partido. Pero chocó con la inexpresión de un volante como Fabio Pieters, acaso el hombre que se fue perdiendo en la escasez de sus ideas. Por eso, Gianunzio metió pata. Por eso, Mateo Martinelli hacías de cal y de arena y era Ricardo Marín el que le escalaba a Rodrigo López. Después, Lisandro Sacripanti y Adrián Aranda, poco y nada. Jeremías Zenón, el pibe que jugó de volante por derecha tuvo un esfuerzo incuantificable. Pero para sus cualidades hay que seguir esperando.

Racing generó la primera emoción a los 22 minutos del primer tiempo. Alexis Olivera no pudo conectar un tiro al primer palo de Federico Crivelli. Luego, el 1 de la T cortó un centro vertiginoso de Rivero. El plan era que la Academia respondía de contra y, por momentos, teniendo el balón también se perdía en ideas difusas. Parece que los hombres de Bonetto juegan mejor en el imprevisto, cuando tienen que salir disparados. Son precisos en velocidad, pero no tienen el fuego sagrado de tres cuartos de cancha hacia adelante. Por eso, la dupla ofensiva fue esa tibieza que no es ni fuego ni frío. Y en la zona de definición eso se paga.

Cosaro había avisado con un cabezazo que se fue cerca de un palo y sobre los 42 minutos, Aranda le metió un pase milimétrico a Marín que le ganó la espalda al lateral de la Acadé, se lanzó al piso y remato al segundo palo. Por allí entró Sacripanti y la empujó.

El 1-0 y delirio albiazul duró apenas un entretiempo. Porque al minuto del complemento, Olivera metió un gol de Playstation. En una contra, le enganchó a Marín que pasó de lado y cuando estaba en el vértice del área, la tiró larga para burlar a otro rival. En dos pasos remató a media altura y todo como entonces. El delirio fue ahora de los dos mil hinchas de Nueva Italia. Un golazo que se fue perdiendo en más de 45 minutos aciagos. Talleres, con un cero enorme en sus ideas, fue como pudo. Cayó en un pozo y desprendía defensores, como si le sobrara. Eso hizo pagar con llagas en los corazones de la norte. Un par de contragolpes pudieron darle algo más a Racing que parecía robar la corona. Rivero estampó en un palo. Y Anívole, con su vértigo, no pudo contribuir mucho más para que Talleres generara una cosita más en un segundo tiempo olvidable. Solferino y Navarro tampoco pudieron. Racing resistió y su fuego del medio hacia arriba se apagaba en la medialuna.

Sólo los hinchas se salvan de todo esto, como siempre. Pero el Gen Argentino es esa célula que tienen metida adentro. La que los hará sufrir y esperar un final que tiene un largo y tedioso camino por delante.