Hugo Caric /
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El primer boceto de Rubén Darío arrancó con algunas rimas interesantes, pero después devino en garabatos y, lejos de parecerse a una poesía, terminó siendo lo más semejante al guión de una película de terror.

La puesta en escena inicial entusiasmó. Cada uno jugando de lo que sabe o puede, mucha presión en campo rival y una defensa "elástica", con Rivera inéditamente proyectado por izquierda y con Quiroga alternando en el doble rol de carrilero y extremo. Pero aquel inicio que encendió a los hinchas sería apenas un espejismo. Bastó que Chacarita se diera cuenta de que Dolci no podría solo con su alma en la mitad de la cancha, para que las grietas quedaran al descubierto. El retroceso defensivo fue el karma de Talleres ayer en el Chateau, porque los del medio apenas hacían "sombra" y nada recuperaban, y los del fondo jugaban en línea facilitando la tarea de los volantes y puntas del Funebrero.

¿Y cuándo la "T" lograba recuperar la pelota? Ahí empezaba otro problema: la búsqueda sistemática, sin sorpresa, para las trepadas de Buffarini y de Rivera, o la pelota para un Rivas demasiado individualista como para pretender agilizar y clarificar el juego. El fracaso del armador -"calesitero" hasta el hartazgo- dejó a los delanteros, Borghello y Cuevas, casi a la buena de algún pelotazo. O, en el mejor de los casos, condenados a bajar hasta la mitad del campo para tutearse con el balón e intentar el acercamiento a los dominios del arquero Bernacchia en arrestos individuales, aunque con un recorrido obligado de 30 ó 40 metros.

Talleres se fue al descanso en desventaja -Milla, con todo el tiempo del mundo para cabecear, puso el 1-0-, y en el regreso hubo cambio de nombres: Azcurra por Quiroga; Basualdo por Dolci. Las variantes parecieron darle al equipo el equilibrio y la pausa que necesitaba, y llegaría el 1-1 de Cuevas. Pero otra vez Talleres se perdió en defensa y permitió que "Chaca" pusiera el 2-1 y luego se floreara. Los silbidos marcaron tolerancia cero para el nuevo DT, que gritó y gesticuló hasta que pudo, y terminó con las manos en jarra, lleno de impotencia. "En cuatro días no puedo hacer milagros", se defendió. No fue el debut soñado.