De arriba
Eduardo Eschoyez /
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Talleres volvió a jugar mal e iba camino al 0-0. Pero en el tramo final dos cabezazos de Héctor Cuevas le permitieron ganarle 2-0 a Defensa y Justicia.
Los goles son así. ¿Para qué discutir eso? Entró Héctor Cuevas, marcó presencia, lo vieron, lo asistieron, hizo dos goles en un ratito y todos contentos. Claro, queda prohibida la gimnasia de la memoria... No vaya a ser cosa que alguien recuerde que hasta el 1-0, allá por los 40 minutos del segundo tiempo, Talleres había consumido la paciencia de la gente sin lograr despegar del fútbol obvio que se le ha estado viendo en casi todos los partidos.
Todas las preguntas, que empezaron por curiosidad y crecieron alimentadas de tanta cosa en el aire, derivaron en reclamos furiosos de los hinchas, cuando la realidad estaba a la vista. ¿Cómo puede ser que el equipo presione tan mal?; ¿por qué hay tanta distancia entre los defensores y los delanteros?; ¿Rivas no sabe que se puede desprender de la pelota aunque no haya gambeteado a nadie?; ¿Rimoldi la tiene dos segundos de más o es que nadie se acerca para recibir?; ¿para qué sirven los desbordes de Quiroga si no hay nadie adentro para el centro?
Sin confianza. Talleres respetó su esencia de ataque y quiso ir al frente. Alistó tres delanteros y medio (Quiroga, arrancando desde más atrás; Rivas, Borghello y Miralles, de punta) y, sin embargo, no fue capaz de entender y ejecutar el juego del ataque.
Incluso, la falta de matices para moverse hacia adelante fue debilitándolo hacia atrás. Como le pasó otras veces: atacó mal, llegó muy poco, se abrió en el medio y se expuso para defenderse. Pero entró Cuevas, se paró donde el equipo reclamaba presencia. Los resultados quedaron a la vista.
Antes hubo más de lo mismo, como aquella película que ya vimos decenas de veces, cuyo final conocemos de antemano y hasta nos aburre. La falta de cambio de velocidad y de movilidad fue sujetando a Talleres contra argumentos muy precarios. Todas las intenciones de Rimoldi y Dolci se quedaron sin forma desde el instante en que costó ubicar un receptor para el pase sobre el que podía edificarse una diferencia.
Defensa y Justicia renunció a todo. A la pelota, al ataque masivo, a la sorpresa... menos a su idea esencial: cero compromiso estético, pero un profundo respeto por su juego de control desde lo defensivo, ocupando los espacios de atrás hacia el medio.
El tema es que Talleres iba contra el paredón. A chocar y chocar. Generó sobredosis de córners nunca aprovechados. Y algunas chances de gol esporádicas, en blanco y negro.
Los cambios pretendieron acomodarlo mejor a Talleres. Hubo una decisión de ir a jugarse el resto sacrificando las marcas y corriendo riesgos. Y salió bien: Dolci metió un gran pase, que Cuevas cabeceó a la red entrando en diagonal. Un ratito después, Rivas fue el asistente, con idéntico final: cabezazo de Cuevas y adentro.