Talleres se dio un gustazo enorme. Ante una multitud volvió a su casa y con el aliento de su público le ganó a Quilmes 2 a 1.

Los jugadores apiñados tras el pitazo de cierre de Jorge Baliño y los fuegos de artificio que le agregaron más luz al cielo de la Boutique, sirvieron para confirmar que la fiesta había sido completa. Talleres consiguió quebrar una racha nefasta de cuatro derrotas al hilo con un esfuerzo terrible para superar a un Quilmes que llegó a Córdoba igualmente herido y que le dio una durísima batalla hasta el final. Por eso quizá, la victoria se festejó tanto. Por eso quizá, al hincha albiazul le significó tanto haber vuelto a casa después de tanto tiempo y haber vivido una jornada soñada. Del hogar recuperado y con la suma de tres puntos que significan un respiro, una cuota de alivio, la chance de emerger al menos con algunas centésimas de una situación deportiva que preocupa y duele más allá de la alegría por reencontrarse con las fuentes.

El partido no fue bueno. Y a lo largo de los 90’ no tuvo un claro dominador más allá de que Talleres logró golpear en los momentos claves. Porque termina resolviendo o descifrando un juego que no había logrado encontrar en los 45’ iniciales. Quilmes tampoco. De ahí esa paridad en la propiedad del trámite en el que prevaleció el forcejeo, la pelota dividida y sin que ninguna lograr generar demasiadas situaciones de riesgo ni para Brasca ni para Pontiroli. Hasta en eso estuvieron iguales porque Senger, ese buen delantero visitante, puso en riesgo el cero en el arco albiazul en tres oportunidades; mientras que Pontiroli en igual cantidad de chances tuvo que laburar ante un cabezazo de Cuevas primero y un par de ingresos de Rosales que el ex Unión resolvió muy mal.

Cuando el parcial se moría, a la salida de un córner, en la “empanada” del área Rimoldi sacó un balazo seco, rasante que superó la estirada del ex arquero de Belgrano para desatar el delirio de la multitud y para que Talleres cerrara la etapa tranquilo y con la esperanza intacta para lo que quedaba por jugar.

Y así como cerró el primer tiempo con el acierto de Rimoldi, abría el complemento con un estupendo gol de Cuevas tras una asistencia perfecta de Rosales para que Talleres dentro y fuera de la cancha comenzara a acariciar la victoria tan deseada. Durante muchos minutos Quilmes procuró remontar el partido que se le había complicado notoriamente, procurando jugar, quedarse con la pelota alrededor de ese buen jugador que es Pablo Batalla; mientras que Talleres que tuvo la inteligencia de discutir lejos de Brasca con la jerarquía de Rimoldi y la categoría de Viveros, esto es defenderse con el balón, logró el cometido de tener a Quilmes prácticamente sin arribos y sin que Maidana ni Lussenhoff pasaran sobresaltos, más allá del trabajo para contrarrestar los pelotazos aéreos que caían al borde del área albiazul.

Desde los 27’ hubieron tres hechos puntuales que le aumentaron de manera espectacular el voltaje al partido e hicieron cambiar la algarabía de las tribunas por un sufrimiento descomunal. En ese interín Quilmes se quedó sin Marcelo Guzmán y como ocurre siempre en esa inferioridad numérica, el cervecero se agrandó. Batalla fue intratable, Talleres perdió consistencia en el medio por el solo hecho de perder la pelota, lo que sumado al miedo a equivocarse y a dilapidar en pocos minutos lo que había costado tanto edificar, fue acorralando lentamente contra Brasca poniendo el partido al límite del error. A los 34’ Rodríguez, muy sólo, le pegó un pelotazo a Brasca y de ese córner llegó el descuento de Olivares que sumió a todo Talleres en la desesperación. Los minutos finales fueron de terror. Quilmes apretando y Talleres definitivamente lejos de Pontiroli. Por eso el abrazo y los fuegos del final.

Ganó Talleres. Golpeó en el momento justo. Terminó apretado pero se dio el gusto de volver a casa, llenar su estadio y volver a sumar en esta etapa crucial del torneo.