El volante de Talleres habla de todo: el fútbol, su familia, lo dura que fue su infancia y sus sueños.

Van treinta y seis minutos del complemento, y gracias a un rebote, la pelota queda boyando a un metro del punto del penal. Emanuel “Bebelo” Reynoso hace dos pasitos hacia atrás, en diagonal, y sin pararla, mete un latigazo de zurda contra el palo. Lo hace con ese estilo que solo caracteriza a los que tienen “pinta de crack”, aquellos que solo lo tienen los nacidos en un potrero. Es inatajable para Agustín Rossi. Reynoso se da vuelta y sale corriendo; festeja con sus compañeros, lo abrazan, abraza, luego le agradece a Dios. Hace cinco años recibió un disparo en su rodilla izquierda y creyó que no volvería a jugar. La Bombonera está muda. Talleres corta con un invicto de 14 partidos de Boca.

Ese, dice convencido Emanuel Reynoso (22), sobre una de las butacas del estadio Boutique de Barrio Jardín, fue el día más feliz de una vida futbolística que no para de cosechar alegrías: ascendió con Talleres a Primera, se consolidó en el equipo titular, y por él ya se interesaron Boca, River, Racing y equipos de España, Italia, y México, entre otros. Talleres, que extendió y mejoró su contrato negociando con su representante Adrián Ruocco (el mismo que maneja a Carlitos Tevez), pide 8 millones de dólares por su pase...

En cambio, cuando se le pregunta por el día más feliz de su vida en lo personal, duda. Uno, dos, tres segundos. No más que eso, porque se vuelve a convencer. “Sí, ya sé; me acuerdo patente”, cuenta, y se pone a relatar la escena.

Es el mediodía de un día cualquiera de los primeros años de la década de 2000. “Bebelo” (así lo llamaba uno de sus hermanos mayores) tiene 6 o 7 años-no recuerda bien-y escucha la orden de su mamá: “vamos a lo de ‘la Ale’”, por su cuñada. Es cerca, en el mismo barrio cordobés. Llegan y encuentran a sus familiares y a los amigos de su hermano. Eso, a “Bebelo”, le llama la atención. Pero su hermano no está. Hace años que vive preguntando por él: “Lo quiero ver, ¿ya se curó?”, “¿Cuándo va a volver?”, “¿Le falta mucho?”.

Sus papás le mienten desde el día que se lo llevaron: le dicen que está en el hospital, curándose. Hasta que se abre la puerta del baño, y aparece su hermano, de sorpresa. La escena es digna de esas películas de ghettos estadounidenses. Hace horas que su hermano acaba de cumplir la primera de sus condenas por robo y Emanuel, al verlo, le da el abrazo más fuerte de su vida. Después comen un asado y escuchan a “La Mona” Jiménez para festejar su libertad. Por la tarde, se arma un campeonato de fútbol por plata y la familia pasa el día en grupo.

Reynoso ha sido una pieza fundamental en este Talleres ofensivo y de buen fútbol de Frank Darío Kudelka. Se ubica en la cuarta posición de la Superliga. Pero aclara desde un principio de la charla con Clarín: se siente más cómodo hablando del barrio y de su infancia que de fútbol. Por eso, la mayoría de sus respuestas tienen que ver con lo mismo. Si se le pregunta por sus próximos deseos, divide en dos la respuesta: por un lado el fútbol; por el otro la familia, el barrio, su realidad, su estilo de vida.

"Me gustaría jugar en la Selección Argentina, en clubes del extranjero y retirarme en Talleres. Y otra cosa que me gustaría vivir es una Navidad con mi familia completa. No sé lo que es brindar con todos mis hermanos. Somos siete, pero tres de ellos pasaron varios años en la cárcel y todos los años nos falta -al menos- uno. Y otro deseo sería vivir en mi barrio. Construirme una casa relinda, pero en mi barrio", relata.

Reynoso es hijo de una catamarqueña y de un cordobés que se conocieron en el “Barrio Chino” de Córdoba. Ella se dedicaba a cuidar autos, y a cocinar y vender pan casero; él a construir cordones de la calle y cunetas para la Municipalidad. También tuvo un tallercito mecánico en su casa.

Se crió entre la escuela, el comedor comunitario en el que comió hasta los 15 años y el potrero del “Barrio Chino”. Allí, como la gran mayoría de sus amiguitos, jugaba con lo que podía. A veces le prestaban unos borceguíes, otras veces usaba una zapatilla de una marca en la izquierda y una de otra marca en la derecha. Lo único que tenían en común era la cinta con la que tapaba los agujeros. Muy pocas veces jugó con botines.

"Me gustaba el ambiente; jugar con todo el barrio alrededor, los amigos, la familia -recuerda Reynoso, de jean, remera al cuerpo, visera de color plata y unas Nike (que le envió la marca) con las que hubiera soñado hace diez años-. Mientras se jugaba el campeonato había asados y borrachines que apostaban al lado de la línea. Agarré mucha técnica en ese lugar. En el barrio, 9 de cada 10 chicos juegan muy bien. Solo que no llegan por cuestiones sociales. La pelota picaba para todos lados y yo pensaba: “el día que juegue en una cancha linda va a ser mucho más fácil'".

Los únicos “bacanes” del barrio eran los ladrones que viajaban a robar joyerías a España, Francia, Italia y otros países de Europa. También hacían salideras bancarias. En Internet hay muchas noticias sobre sus detenciones. En 2008, solo por citar una, José Luis Fernández Gudiña, inspector-jefe de la Brigada Central del crimen organizado de España, declaró: “El 80% de los argentinos que delinquen en el país son oriundos de Córdoba. Delinquen en distintas ciudades y a los cinco o seis meses regresan a la Argentina”.

Invertían en taxis y viviendas y se movían en autos y camionetas de alta gama. Robaban en el Viejo Continente y en Córdoba se dedicaban a descansar y a gastar sus euros hasta que decidían volver a viajar. Les gustaba mostrarse por el barrio con la camiseta de España y ropa deportiva que compraban en Europa. “Bebelo” dice que se crió escuchando las historias de esos ladrones, sorprendiéndose de sus lujos, y que uno de sus hermanos viajó dos veces a España y Francia. Aunque rápidamente aclara que le fue mal. En los últimos años algunos de esos ladrones sumaron un nuevo destino: los veranos viajan a robar a Punta del Este.

A los 15 años comenzó a entrenarse en Talleres de Córdoba. El fútbol, a partir de ahí, pasó de ser una diversión a una ilusión. Antes o después del club, “Bebelo” salía a vender el pan casero que cocinaba su mamá, que no podía darle dinero para ir a las prácticas. Puerta por puerta o en bici iba a barrios vecinos. Con eso se pagaba los viáticos. Y ahí, a medida que pasaban los primeros partidos, recuerda, sintió algo parecido a una presión: "En Talleres aprendí a marcar y a jugar tácticamente. Digamos que me hice jugador; en el barrio era correr por todos lados y jugar por plata, sin otra meta más que un billete chico. Fue la primera vez que creí en mi, que llegar a primera era posible. Si le metía, podía cumplir mi sueño".

-¿Cuándo uno vive en un contexto humilde siente la presión de salvar a su familia?
-Sí, claro que sentía esa responsabilidad. No solo la de cambiar la vida de mi mamá. También la mía. Yo no tengo estudios. Si no era por el fútbol iba a tener que trabajar en la construcción. Yo me veía en la obra...

Para esa época -al contrario de lo que se creería- eran los ladrones “europeos” y sus hermanos que llevaban el mismo estilo de vida los que, cuando lo veían en la esquina, le decían que se fuera a su casa. Lo mismo si se enteraban de que quería salir a bailar un fin de semana. O si andaba sin ganas de ir a los entrenamientos. Cada vez que lo veían le preguntaban cómo le había ido, si había jugado de titular, si venía haciendo goles. “Es como que el ladrón grande siempre apoya al pibe del barrio que juega bien”, asegura. “Ellos me cagaban a pedos (sic). Me veían en la esquina y me gritaban ‘andate a tu casa, dale’. Eso me ayudó mucho a salir de ese ambiente y a dedicarme de lleno al fútbol”, cuenta.

-Hasta los 15 años comiste en un comedor, tuviste que vender pan casero para poder ir a entrenar, varios de tus hermanos cayeron en la delincuencia. Tenías todo en contra: ¿Creés que llegaste por el destino? ¿O por qué?
-Creo que fue por mi sacrificio y por el apoyo de mi familia, del barrio y de mis hermanos que como ya dije me cagaban a pedos cuando me veían en la esquina. Digo que fue gracias a todos ellos porque en el barrio hay muchos pibes que juegan muy bien, pero no tienen la posibilidad de entrenarse, o no tienen la conducta. Mi mamá cuidaba autos para que podamos vivir lo mejor posible. Cocinaba pan casero en un horno de barro y transpiraba un montón. De esas cosas, uno nunca se olvida. Yo la veía y pensaba: “Ojalá pueda llegar a Primera y ayudarla”. Pedirle que no trabaje más y mantenerla es una de las cosas más lindas que me pasaron en la vida. Eso, y poder pintarle la casita, comprarle un portón, ventanales, azulejos acrílicos y todo eso para que viva bien. Nuestra casa era una de las más deterioradas del barrio. La mayoría progresó antes que nosotros. Gracias al fútbol pude darle una vida mucho más digna a mi familia.

Para los 16 recibiría un disparo de un revolver calibre 22 en su rodilla izquierda. Fue cuando intentó evitar que le robaran la moto de su papá. Lo trasladaron de urgencia al hospital, lo operaron y Talleres puso a disposición -ya era jugador de la Cuarta división- a todos sus médicos y especialistas. Por una cuestión de milímetros, la suerte estuvo de su lado. O Dios, según él. Treinta días después volvió a los campos de juego. “Bebelo” le había vuelto a ganar a su destino.

A mediados de este año el jugador apareció en las páginas policiales. La fiscal María Eugenia Pérez Moreno lo investiga como “participe necesario de un caso de abuso de arma de fuego”. Se trató de un tiroteo en “Barrio Chino” entre dos bandas, sin heridos. Fue a pocos días del clásico contra Belgrano. Y por la imputación, Talleres decidió dejar a “Bebelo” fuera del plantel que empató 1 a 1 ese partido.

Siempre sentado en la platea de “La Boutique del Barrio Jardín”, Reynoso dice que no puede evitar volver a su barrio. Ahora vive en el centro de la ciudad, pero cada dos días regresa a la casa de su mamá, o a lo de sus amigos de la infancia. “He estado en algunos lugares en los que no debía estar”, reconoce. “En el barrio pasan cosas que uno no puede manejar. Me he criado viendo tiroteos con la policía, a pibes que entraban corriendo y la policía persiguiéndolos. Tengo amigos que roban, otros que están presos y me llaman desde la cárcel, y otros con problemas con las drogas. A veces andan amanecidos (sic) en la esquina, o fumándose un porro y me quedo con ellos. Se que me perjudica, pero se me hace difícil no ir. Pasan dos días y extraño. Mi familia, mis compañeros de plantel y los directivos me cagan a pedos. Voy solo un rato. Lo que me pasa con mi barrio es hermoso. Algún día me lo quiero tatuar. Sigo siendo el mismo, solo que soy un futbolista profesional”.

Las personas públicas -como los futbolistas- afrontan un problema. O varios. Si no vuelven al barrio que los vio nacer, se los tilda de “agrandados y de olvidarse de sus raíces”. Y si vuelven, se los señala como “irresponsables que no comprenden que son profesionales”. Pero ¿cómo hacer para que un pibe criado en ese contexto cambie de un día para el otro?

Cuando el fútbol se lo permite, “Bebelo” visita a su hermano en la cárcel de Villa María. Es el mismo que salió cuando él tenía 6 o 7 años, en el que recuerda como "el día más feliz" de su vida. Dice que le gusta comprar carne y comer con su hermano y sus compañeros de pabellón. También lleva pelotas y camisetas. Ellos cuentan sus historias, sus robos, y él habla de los partidos, de cómo son las cosas en el club. Además, le manda la 10 de Talleres a sus amigos de la infancia que están detenidos en distintas cárceles.

-El hincha, en general, no está acostumbrado a tu estilo. ¿Por qué llevas una vida tan distinta a los futbolistas que salieron de barrios como el tuyo?
-Es que no me interesa la farándula. Antes que ir a comer a un shopping, prefiero ir a lo de mi mamá. O disfruto más merendando con mis hermanos y mis amigos en el barrio, que hacerlo en un barrio top con gente “del ambiente”. Soy feliz comiendo un chori en la esquina de mi barrio, como si fuera uno más. Los vecinos me apoyan y me alientan mucho. Me tiran buena onda, buenas energías. Cuando ascendimos a Primera y volví a lo de mi mamá, me estaba esperando una banda de gente con bombos y banderas. Festejamos juntos. Es gente que me conoce de chiquitito. Las veces que veo a los nenes del barrio con camisetas que dicen “Bebelo” me dan ganas de llorar. La gente pintó dos murales míos en el barrio. Amo que se sepa de dónde vengo y nombrar al barrio en cada nota. En lo personal, sigo siendo el mismo. Lo único distinto es lo económico. Pero gracias a Dios, no cambié.

"Debe jugar más arriba"
*Por José Daniel Valencia (Ex futbolista)

Para mi, Bebelo Reynoso debería jugar más arriba en Talleres. Es un jugador que tiene una buena pegada, pero siempre está lejos del arco. Jugando unos metros más arriba se podría convertir en el conductor del equipo. Ahora se pierde por retroceder mucho y eso a mi no me gusta.

Lo veo todos los partidos de local y es un jugador inteligente. Tiene una muy buena pegada. Y le daría un consejo sano: que se quede un año más en Talleres para seguir aprendiendo aunque -repito- me gustaría que juegue unos metros más adelante.

Y otra cosa: si juega mas arriba, los delanteros van a tener más posibilidades de meter goles. Porque Talleres probó con muchos delanteros y todavía no logró que ninguno sea titular. Bebelo tiene todas las condiciones para triunfar en el fútbol. Sólo le falta madurar un poco más.