El sábado que viene, por la tarde, gran parte de Córdoba estará pendiente de lo que suceda en el estadio Mario Alberto Kempes. Tras 15 años, Belgrano y Talleres se volverán a ver las caras con ambos equipos en Primera División. Los dos clubes más populares de la provincia estarán frente a frente por los puntos. En un partido oficial. Ni más ni menos. Por eso la expectativa es enorme.

Hace ya varios días que el superclásico cordobés se juega en cada bar, en cada red social, en cada charla. Por eso, le dedicamos nuestro Primer plano de hoy a un fenómeno que sobrepasa al fútbol. Se mete de lleno en lo cotidiano. No distingue géneros ni clases sociales ni edades. Todos juegan el derbi con más ediciones de la República Argentina.

La del sábado será la edición 391. Esa cantidad de partidos hizo que cada vez sea más clásico. Sin importar la categoría, ni si es oficial o amistoso. Es más, el encuentro de mayor concurrencia (52 mil espectadores con ambas parcialidades) se jugó en 2012, en un partido en el que había sólo una Copa Amistad en disputa, con el Pirata en Primera División y el Albiazul en el Torneo Argentino A.

Para tomar una real dimensión de lo que genera este clásico en particular sólo hay que tratar de imaginar a casi toda la ciudad de Córdoba –cuando lea casi toda hágase una idea de bebés, niños, adultos y ancianos– concurriendo a un estadio ficticio a ver un partido de fútbol.

Eso sucedería si se tomara la cantidad de gente que fue a ver los clásicos oficiales desde 1991 (año en que Belgrano ascendió a Primera División) hasta 2013 (el último encuentro oficial jugado por la Copa Argentina). Fueron 31 partidos Belgrano-Talleres y asistieron 1.140.000 personas.

El fenómeno trasciende todo. “Rivales, no enemigos” fue una movida de Mundo D, y cientos de hinchas se prendieron. Se mostraron juntos con amigos del cuadro adversario. Sin dramas. Sonriendo. Como siempre debería ser, más allá del resultado.