La historia de Martín Sánchez, que sale a la ruta para hacer más de 1000 kilómetros y alentar el equipo el martes. Será una travesía que marcará su vida y seguirá contagiando el virus de esa hermosa enfermedad llamada Talleres.

La casa de Martín Sánchez es un lío. Pero de los lindos, de esos que se arman cuando uno está haciendo algo imprevisto, algo que surgió, que pintó, que nació del corazón, de un impulso del alma. En la mesa hay témperas azules y blancas recién abiertas. La punta del pincel está fresca y las gotas manchan el ejemplar de Día a Día sobre la mesa del living. Hay una bandera de Talleres y, sobre ella, está el mapa que publicó el diario y que muestra el recorrido exacto para ir desde Córdoba a Formosa. Porque ése es el tema de todos los hinchas por estas horas: cómo ir allá el martes, cuando, a las 16, el equipo intente firmar el ascenso ante Sol de América.

Martín también tiene la compu prendida con la ventana de Google Maps. Y hay algunas anotaciones cerca del mouse. Se lo ve algo agitado. Estuvo todo el miércoles comprando cosas. Cosas útiles, cosas vitales: herramientas. Elementos para la supervivencia, para hacer lo que se le ocurrió hacer el martes a la noche, cuando codeó a su mujer y le tiró: “Ya está, de una, me voy en bici a ver a Talleres. Sí, me voy a Formosa”. Adriana tardó unos segundos en asimilar la locura de su hombre y, luego, la comprendió. Y llegó ese abrazo de aprobación que todas las parejas necesitan para dar los saltos hacia los imposibles.

Manos a la obra

Al toque, Martín habló con Lucy, la señora que trabaja a la par del matrimonio en un almacén de barrio Arenales, donde viven, sobre el viejo camino a Montecristo. Lucy les cubriría el miércoles. Y, ellos, harían los arreglos para el viaje. Martín se fue a la bicicletería del barrio y le puso todo lo que tenía que ponerle a la bici para que esté 10 puntos. Y alguien de su entorno delató su locura a Día a Día. Y Día a Día fue para allá. A ver si era cierto que “un hincha de Talleres se va en bici hasta Formosa para ver el equipo”.

En esa mesa, en ese living de la casa, en ese hogar que emana amor por Talleres, estaba toda la evidencia. Sí, va en serio a Formosa. Martín se va en bici. “Salgo a las 5 de la mañana del jueves. Me iba a imprimir un mapa, pero me llevo el de Día a Día, ja. Voy pueblo por pueblo, tranqui, pienso que el martes a la mañana estoy llegando a Formosa”.

Irá por la Ruta Nacional 11 y luego tomará la 19. Es el camino más recomendado por los foros ruteros de Argentina. Va solo, “Solito, mi alma”. Un vecino lo iba a acompañar en auto, pero no se pudo despegar del trabajo. Martín, dueño de su negocio, sí puede.

Rocío, hija de Adriana, ve todos los movimientos que hay en el hogar. Los ve de cerca. “Ella no era de Talleres, pero se hizo fanática por Martín”, destaca. Los hijos de la pareja, en tanto, no saben lo que está por hacer su papá. Se van a enterar cuando lo vean salir. Habría que filmar los rostros de Karen, Nazarena y Franco cuando miren que su viejo sale de casa con la remera de Talleres y el resto de la pilcha de ciclista.

Su ruta

El plan de Martín es hacer no menos de 150 kilómetros por día. Hay poco más de 1000 kilómetros a Formosa. Sí, las cuentas no dan para llegar el martes pero, lógicamente, piensa hacer algunos tramos en colectivo. Y quizá contar con algunos enviones. ¿Dormir? “En una estación de servicio o en algún hospedaje. Llevo carpa, bolsa de dormir y todo lo que hace falta para algo así”, avisa.

Martín tiene 42 años, no es deportista, pero hace rato que anda en bici. Suele irse hasta Anisacate (a unos 40 kilómetros de la ciudad de Córdoba), como para estar en forma.

“No soy ciclista, sólo me gusta andar en bici y se me ocurrió esta aventura por Talleres. Como todos los hinchas, me quiero desahogar, quiero gritar un gol de ascenso, quiero ver ascender al equipo”, cuenta, emocionado.

Su primer recuerdo de hincha es la vez que su papá lo llevó a ver la final con Independiente, por el Nacional ‘77, en la Boutique. Se llama Martín por un ex jugador (“que no me acuerdo, ja”). A su hermano le pusieron Daniel por Willington.

Su bici no es una bici de ruta. Es una de las comúnmente llamadas “de Mountain Bike”, pero le hizo adaptaciones (como las cubiertas) para que la máquina sea rutera. Cuestiones técnicas al margen, todos saben que la aventura que iniciará Martín es una muestra de amor, una de esas locuras que marcan la vida de una persona. Una muestra de fe que seguirá propagando el virus de esa hermosa enfermedad llamada Talleres.