La fiesta del ascenso. Los hinchas albiazules dieron rienda suelta a su felicidad todo el día.

Son las 2 de la mañana del martes y la fiesta al frente del Patio Olmos sigue. Ya no hay un pico de 15 mil hinchas. Muchos tienen que trabajar temprano o ir a la escuela. Pero quedan otro miles. En la fuente ubicada en medio de la intersección de San Juan y Vélez Sársfield, dos locos deliran y tiran agua para todos los costados. Uno cargando de líquido una caja de tetra arremangada y otro con un cono naranja gigante (similar al que se usa en los controles policiales) para mojar a todos los que pasan.

Todo es festejo. Un festejo que descargó la bronca y la tristeza que comenzaron a acumularse aquella tarde en Quilmes y que duraron casi cuatro años. Años de martirio y sufrimientos en una categoría que le abrió los brazos a Talleres porque la enalteció. Alrededor de la fuente, unos 50 hinchas dan la vuelta olímpica con una bandera gigante. Y en un costado, una Renoleta ‘ 72, ploteada de albiazul, es el centro de atención de muchos que aguardan al plantel.

Laureano, Diego, Sergio, Exequiel y Jorge se adjudican el arte aplicado en ese auto que prestó la abuela de uno de ellos y que Oscar, padre de Laureano, puso a punto en la mecánica para la gran noche del lunes. “El domingo nos faltaba un poco y salimos por todos lados a buscar los elementos necesarios para terminar. Por suerte llegamos y quedó ‘ mortal’”, cuenta uno de los jóvenes mientras le mete un trago al ferné que sacan de una conservadora.

“Fuimos hasta el Kempes en esta y ahora estamos acá. Queríamos dar la vuelta en esta. La pechamos hasta la fuente porque ningún ‘cana’ nos quería dejar entrar hasta acá”, cuenta Laureano mientras varios hinchas se quieren sacar una foto con el vehículo.

“Que de la mano, de ‘Cacho’ Sialle, todos la vuelta vamos a dar...”, gritaban desaforados esos miles de hinchas que pasadas las 2 de la mañana seguían de fiesta. El grandulón, el que más afecto recibía, sólo atinaba a saludar y agradecer por el cariño más que merecido. También había algún que otro cántico para Gonzalo Klusener, pero no se comparaba con los dedicados a “Cacho”.

Mientras, algunos inadaptados intentaban subirse al ómnibus por las rejas por donde “respira” el motor. Otros dos se peleaban como dos nenes por una prenda que tiraron desde arriba los jugadores. Tras casi media hora para transitar siete cuadras de gran caravana, el transporte llegó por bulevar San Juan hasta Chacabuco, donde dobló a la izquierda y aceleró para que el plantel fuera a festejar en privado. Claro, después de haber recibido el cariño de miles hinchas que pasaron por el Olmos a celebrar el retorno a la B Nacional, dejando atrás la peor etapa en la historia del club.