El Matador quedó eliminado en Misiones. Por tercer año consecutivo, la “T” no pudo cumplir con la obligación de ascender. Crucero del Norte le ganó 2-1 y el conjunto albiazul se despidió con pena, sin gloria, y sin el acompañamiento de sus hinchas.

Por tercera vez, la temporada de Talleres en el Argentino A termina de una manera conocida pero la­pidaria: sin ascenso. La caída de ayer en Posadas fue tan amarga como las anteriores finales en la tercera categoría del fútbol argentino. Esta arrancó con una tibia ilusión (demasiado tibia, tras el empate sin goles ante Crucero en el Kempes) y culminó con un golpe que dejó nocaut a todo Talleres.

Las lágrimas de algunos dirigentes, los rostros desencajados de otros, y la mirada perdida de varios pibes del plantel graficaron la despedida de Misiones, que sin público visitante albergó la última función de la “T” en la temporada 2011/2012, bajo una persistente llovizna y cubierta por la bruma.

“Esto es muy triste... muy triste”, sostuvo un compungido Rodrigo Escribano. El titular del Fondo albiazul entró al vestuario para ver cómo se encontraban Arnaldo Sialle y sus dirigidos. Pero tras unos minutos, prefirió salir y masticar su bronca en soledad, caminando bajo las tribunas del estadio Comandante Andrés Guacurarí, en la localidad de Guarupá.

Al DT le ocurrió algo insólito. Según sus palabras, tras ser expulsado al finalizar el primer tiempo, cuatro policías lo escoltaron y no lo dejaron salir del camarín. “Me dijeron que no había garantías para que fuera a la tribuna. Fue una cosa de locos. Nunca me pasó”, contó.

Más allá de ese curioso episodio, Sialle se mostró entero. Con la transpiración surcándole el rostro, “Cacho” confió que no tenía reproches hacia sus jugadores. “Al contrario. Les dije que se quedaran tranquilos porque dejaron todo”, señaló. “¿Si sigo? Me gustaría, pero tenemos que hablar”, añadió.

El tibio aplauso de un hincha cordobés entrado en años apenas si alcanzó para disimular el silencio de la retirada. “No se caigan”, pidió con los ojos a punto de estallarles en lágrimas.

“¡Vamos Talleres!”, gritó alguien que segundos antes había discutido con un seguridad pugnando por entrar al vestuario y llevarse una pilcha. “¡Al menos eso!”, reclamó, y golpeándose el pecho recordó a viva voz los 1.266 kilómetros que había recorrido… y que debía repetir.

¿No era que estaba prohibido el ingreso de hinchas visitantes? La pasión puede más. Por eso hubo una decena que subió a un colectivo de la empresa Crucero del Norte (sin pagar pasaje ni entrada, según admitieron) y fueron a la “filial cordobesa” del Colectivero. Al principio no se animaron a admitir que eran de la “T”, después se envalentonaron y hasta gritaron el gol de Agustín Díaz detrás de uno de los arcos.

Al portar camisetas de Crucero y hasta cornetas, pasaron inadvertidos para la policía.

Más allá de la travesura, el desconsuelo de ellos era inmenso. “¿Qué querés que te diga? ¡Otra vez el mismo final!”, señaló Luciano Mingolla, un adolescente cordobés que también pugnaba por un “trofeo” albiazul. Bajo su campera podía verse una camiseta amarilla.