Light. El equipo del Chaucha Bianco está verde. Un empate con gusto a poco ante Libertad.

Se fue con sus deseos. Y no era una despedida. Pero la miró con esta nostalgia inconfundible. Le tiró un beso sonriente desde la puerta. “Dejame algo en la olla, viejita”, le dijo. Las migas de la merienda y el mate más tibio en la mesa. Los chicos que habían vuelto del cole.

La madre lo miró incrédula, con recelo, como ironía. Las madres miran a los hijos con esa cara que ellas sólo saben poner. Y tienen esa ventaja sobre los padres, porque ellas son las que los parieron. “Este no vuelve hasta mañana”, le dijo al hermanito que con, bronca ingenua, quería que lo llevara. Pero, cuando un viernes asalta al corazón, en barrio Jardín se encienden esas luces de inagotable esperanza. Los mendigos del buen fútbol salen con sus bolsas al hombro para ver si levantan algo. Porque la azul y blanca es el tatuaje más grande del corazón. Y la pelota es la vieja amiga a la que todos le piden lo mismo: complacencia, amistad y amor eterno. Que los astros estén en línea no es poco.

Pero que la “enfermedad” trascienda a lo que ha sido este club en un duradero martirio, como es el averno del Argentino A, ha hecho repensar en esta temporada a todos que acá alguien cambió el “chip”. Porque lo que anoche se vivió en el Kempes no tiene un parámetro de normalidad, otra vez. Claro que no fueron los miles y miles de la noche ante Vélez. Igual, unos 21 mil matadores estuvieron allí con sus palmas extendidas, pidiendo una ayuda a su equipo, una limosna a sus corazones. Talleres es un mundo esquizofrénico. Los que están afuera juegan en serio. Los que están adentro aún no dan esas garantías soñadas. Eso que le llaman ilusión no suena a una palabra más, tan bastardeada en los últimos tiempos y tan poco justificada. Pero hay que reconstruirla igual.

Está bastante verde. Por ahora el equipo del Chaucha ha sido un equipo verde, en proceso de maduración. Por lo visto en la preparación, en una buena pretemporada, aún lo de anoche fue sospechosamente light. No tuvo el tenor graso esperado en su juego. Fue magro en ataque durante el primer tiempo. Y, con unas pocas calorías en el inicio del segundo, pudo acomodar el cuerpo en la calidez de la alegría. Le alcanzó para la diferencia que, lamentablemente, se equilibró rápido. Libertad también pegó. Igual, la T era más, pero no daba su puntada final.

Es el comienzo y, como se sabe, será tan cuesta arriba como siempre. La noche no fue perfecta y quedaron esas dudas en el camino. Le falta un plan más claro en el medio, es vulnerable en el lateral izquierdo y los volantes tienen carencias de conexión con el ataque. Por eso, el verde del estadio fue un campo de vacas flacas. Y hubo unos locos que se llegaron al Kempes. Como el flaco que le dijo a la vieja que le guarde algo para la vuelta. Y, como tantos otros, fue desde el rioba de allá, de la orilla, de la otra punta, desde donde la ciudad deja de ser ciudad. Desde donde ir a laburar a veces resulta un martirio. Un bondi hasta el centro y de ahí otro hasta la cancha no tiene precio. Los grones en el fondo, cantando, sacando el brazo por afuera de la ventanilla y golpeando. ¿Quién te quita lo bailado desde anoche?

Nadie, porque a pesar del inconformismo, la felicidad de ser hincha de la T seguía metida en las venas; mezclada con el vino, con el ferné, con el cantar más popular del idioma fútbol. Y mira vos qué jugada que se mandó Riaño y cómo los muchachos pusieron, y cómo valió la pena helarse en la popu. Y después, riendo, un trago más en el bar, al lado de la mesa de pool. “Que falta ese jugador que la empuje”, repiten y repiten, pero estar ahí es regodearse otra vez en las necesidades de querer ser y no poder.

Y bueno, es volver a la espera, al menos en la construcción con indicios de que si Sáez llega a ser la mitad del Cachi Zelaya, si Pereyra vuelve a ser Rama y si Strada mete la explosión que combustione el ataque, quizás la cosa pueda cambiar en serio. Por ahora está eso de juntar las monedas en limosnas.

Llegó despacio. La llave giró en la puerta como aceitada. En medio de la oscuridad encendió la hornalla grande. La ollita estaba al lado, tapada con el repasador de siempre. Uh, ese olorcito. Los fideos comenzaron a chillar y ya con una cuchara los levantaba tibios. Eran las 5.30 de la mañana, la noche había pasado tan fugaz, incompleta, pero feliz. Ha sido un comienzo y, en este Talleres, hay una alegría a medias. Talleres no es un guiso de fútbol aún, apenas es una ensalada verde. Puede ser suculenta, pero despierta el hambre al rato. Por eso es el equipo de un Chaucha Bianco que necesita otros condimentos. Así nomás no tendrá el sabor de los comensales de la pelota que, como dice el genio Eduardo Galeano, son mendigos del buen fútbol que pregonan más allá del verbo ganar. Quizás esto último era el premio justo. Un triunfo hubiera calmado el frío de la noche del viernes en el Kempes. Hubiera sido un merecido regalo para esos miles de dementes que cuentan sus pelotas como ovejas cada noche.