Sin milagro. La “T” tenía que ganar por tres goles de diferencia para pasar a la cuarta fase, pero sólo venció 2-1 a Libertad en Sunchales. La historia de una temporada que había empezado muy bien y terminó con otra frustración albiazul.

La segunda eliminación de Talleres en el Argentino A, que tuvo su epílogo ayer en Sunchales donde no pudo revertir la serie ante Libertad (en el global perdió 3-2), tiene causalidades más que casualidades.

Un rápido recorrido por los hitos de la campaña servirá para encontrar las razones. Futbolísticas y de las otras. Algunos advertidas en su momento, otras puestas de manifiesto con los resultados consumados.

El Fondo de Inversión armó un plantel carísimo y produjo el retorno de Héctor Arzubialde, para poder salir cuanto antes del Argentino A. Pero la plata no fue la felicidad, ni aún tras prometer un premio por el ascenso de 1.500.000 pesos.

En la cancha, el equipo se sostuvo por la increíble capacidad goleadora de la que gozó hasta principios de año y por las increíbles salvadas de su arquero Federico Crivelli.

Llegó a tener un promedio de hasta dos goles por juego y una variedad de anotadores distintos que nadie alcanzó (fueron 21). Hasta los refuerzos que llegaron en el receso comenzaron a marcar, caso Cristian Zárate y Martín Seri, por ejemplo.

Sin embargo, cuando Claudio Riaño, Lisandro Sacripanti, Adrián Aranda y Damián Solferino empezaron a fallar, la “T” fue un equipo más. ¿Razones? De capacidad y también de ausencias. Caso Ramiro Pereyra y Víctor Cejas, ambos con los ligamentos rotos.

Afloraron los inconvenientes defensivos, la increíble exposición a la que fue sometida la línea de tres, en especial su líbero Walter Ribonetto, fue palpable y cruel.

La inestabilidad por bandas, enganches y el karma de una pésima campaña de visitante. Su entrenador, que pocas veces encontró solución a tamañas cuestiones, comenzó a ver fantasmas. En los directivos (esos interrogatorios los entendía como dudas de su capacidad), en los árbitros, en los hinchas (al inicio) y hasta en la prensa.

Distrayendo esfuerzos en cosas vanas hasta caer en el sin sentido de decir: “Vamos a ganarle a Racing”. Talleres perdió cuatro consecutivas y Arzubialde debió irse. Con Talleres primero, pero jugando mal.

La era del “Sapo”

La pelota la tenían los dirigentes. Hasta lograr el acuerdo, apareció Héctor Chazarreta, puso línea de tres y el equipo perdió con Sportivo Belgrano.

El Fondo fue a buscar DT, con características disímiles. El accionista Ernesto Salum luchó por Ricardo Caruso Lombardi y Luis Islas; pero llegó Gustavo Coleoni, quien estaba trabajando en Central Norte. Ser uno de los hijos del club y su conocimiento de la divisional fueron sus argumentos.

Logró la clasificación al nonagonal, pero en el reducido, el equipo sufrió verdaderos papelones: el 1-2 con Central Norte, el 1-5 con Madryn, el 0-1 con Huracán y el 0-2 ante Libertad.

El DT improvisó y no pudo solucionar los problemas de siempre. La falta de certeza en las bandas, una línea de tres insegura e improvisar ante equipos que conocía de memoria, caso Central Norte.

Apareció Rodrigo Escribano, el presidente del Fondo, para hacerse responsable de todo, y para decirle a los jugadores que no había listas y al DT que no estaba cuestionado. Pero vino la borrada de Zárate, Aranda, González Barón como antes la de Sacripanti, Anívole y Pieters; y ya el plantel no le gustó.

Apareció el equipo propio en tres partidos y aquella frase. “No veo la hora de jugar por los porotos. Pasamos el cruce, porque vamos a ascender”, dijo Coleoni, aunque restaba partidos para sumar y lograr la ventaja deportiva.

Llegó Libertad, volvieron algunos grandes. No alcanzó. Talleres sumó una nueva desilusión. Jugará otro año en el Argentino A. Puede leerse como un fracaso deportivo o como el inicio de un cambio de política para poder crecer desde abajo, desde las fuentes. De una buena vez.