La familia Barrionuevo. Hace 25 años viven debajo de una tribuna en la Boutique. ¿Son usurpadores o no? Dos historias unidas por la T.

El hombre tiene el rostro gastado. Las ojeras violetas y una calvicie lustrosa. Mueve sus manos para trasladarse en el tiempo. Está en cuero, anda de ojotas y casi siempre de shorts. Vive al sur de Córdoba, en barrio Jardín.

Federico Barrionuevo, de 66 años, convive junto a su señora Griselda, su hijo Luis, la nuera Andrea y sus tres nietos en la cancha de Talleres. Adentro de la Boutique, debajo de una de las tribunas donde miles de hinchas vieron cómo el Daniel Willington hacía de las suyas.

Viven por calle Olimpia, una de las arterias que rodean al estadio. Por los años ‘50 se afincaron en una humilde vivienda. Se fueron por un tiempo y hace 25 años volvieron movidos por circunstancias económicas. Cuentan que allí vivieron sus familiares y que dedicaron su vida trabajando para el club. Día a Día los visitó para conocer la historia paralela de dos personas que Talleres terminó por unir.

“Vivo adentro de nuestra gloriosa cancha. Doy gracias a Dios y a la Virgen de haber pasado por acá. Entré a la cancha y no me fui nunca más”, dice Federico, conocido como El Zorro, destreza para el habla, doble filo en su relato. En los entrenamientos les alcanzaba el fútbol que los jugadores tiraban afuera. Así mataba el tiempo. También su soledad: “Con las monedas que me daban me iba al bar del frente donde jugaban a las bochas. Me preparaban dos sandwiches de salame y otro de mortadela. Y sí, uno sentía ese gesto al estar solo en la vida y en el mundo”.

“Yo tenía cinco años cuando mi mamá se murió una tarde, a las cuatro. Mirá que no me olvido. Una vecina me dice ‘vení peladito’; me abraza y me besa y me dice ‘andá, que tu mamá te quiere dar un beso’. Y cuando ella me abraza y me aprieta, yo, como chiquito inocente, me duermo con ella. Todavía lo tengo al frío que me dejó en la cara”, recuerda Federico.

Vivió en barrio Oña en el año 1948, en las primeras casas que dio Perón. Hasta que un día el viejo le pidió que lo ayudara. Fue el séptimo hijo de siete hermanos. Y todo cambió para él.

Sus horas se dividían entre el trabajo de canillita y las tardes en la Boutique. Repartía La Voz del Interior, La Razón, Clarín. Unos 300 diarios desde las cuatro de la mañana. “Iba al bar Henry a jugar al billar. Qué linda niñez, salir a la calle, mirar el mundo. Tenía plata, tacos y la coqueta”.

Después hizo tres años de servicio militar en Campo de Mayo. Pero eligió jugar al fútbol. Fue obrero de la construcción, estuvo en Fiat y fue delegado en varias obras.

Mientras Federico trazaba su historia, en forma paralela, Griselda Onoren también empezaba a enamorarse de la T. El destino iba a unirlos. “Llego a la Boutique de muy chiquita con mi mamá Pura. Mi abuelo José Agustín Díaz ya trabajaba para el club. Él estaba con mi abuela Griselda que también lo ayudaba”, narra desconfiada por la luz roja del grabador.

Su padre se enfermó los pulmones y con la madre dejaron Buenos Aires para instalarse en Córdoba. Su progenitor moriría en el hospital Santa María cuando ella tenía cinco años. “Recuerdo que Vicenta, mi segunda abuela, lavaba ropa; mamá limpiaba los equipos de las divisiones inferiores y nosotros (por ella y sus hermanos) limpiábamos los vestuarios de la Boutique”.

Detrás de su perfil pálido, asoman varias banderas de Talleres tendidas en la soga. Contra un rincón, alejado de la vivienda, y sobre la espalda de la tribuna, escombros y botellas se amontonan dominados por telas de arañas. Sobra silencio. “Antes todo era una familia. La comisión directiva, jugadores y los hinchas”. Cuando lo dice, pareciera que corre el velo de su memoria. Hay un dejo de tristeza en la cadencia de su voz. Será después, menos distante, que se anime a contarlo.

Ambos fueron creciendo juntos. Griselda en la vieja cancha de básquet, ubicada en el codo, sobre calle Olimpia, que después pasaron a ser las pensiones. “Él andaba molestando por ahí, jugando a la pelota y, más de grande, lo conocí cuando venía a la cancha a buscar la ropa de las divisiones inferiores”, agrega la señora de 69 años mientras extiende su brazo con un amargo.

A un costado, el Zorro se muere por contar su etapa de futbolista. “Debuté en Primera con Universitario. Jugaba de cinco y me gustaba mucho. Todos los domingos bien tempranito. Recuerdo a Sixto Peralta, Maidana, Murúa, Boero, todos hacedores de chicos. Después, existen los ídolos de barro en Talleres”, y se frena, pícaro, atorrante.

El abuelo de Griselda, José y su segunda compañía de vida, Vicenta, partirían después desde la cancha de básquet hacia la tribuna colindante con el pasaje Sportiva. “A mi abuelo José y a Vicenta le hacen la casa acá. Cuando se jubiló se vienen pero nosotros nos venimos antes con mi mamá, en el ‘55, a unas casitas que pertenecían a la vieja cancha de San Lorenzo. El club la autorizó porque Vicenta le daba de comer a la comisión”, dice Griselda.

Pausa. El recuerdo lastima en algún lugar.

Calentaban la ropa alrededor del brasero. Lavaban hasta muy tarde sin importar si el frío tallaba los huesos. Con la máquina de coser, si hacía falta, pasaban horas pegando números en las camisetas que usaban las glorias de la T.

Su madre contrajo el Mal de Chagas y falleció en el ‘77: “Me quedaba sola en el mundo y hasta el día de hoy me pregunto por qué las madres tienen que morir”. Según su relato, los papeles de la jubilación llegaron al club, al bar que alguna vez atendió el papá de Gustavo Coleoni, actual entrenador de Albiazul. Nunca la cobraron.

Hay un ruego sin fuerza: “Una puerta aunque sea que le pongan: Doña Pura y mi abuela hicieron mucho por el club”.

Mi casa es la tribuna. Ambos son hinchas de Talleres. Lo demuestran sus relatos apasionados y una anécdota: “Cómo será que a mi hijo (Luis Adán) lo sacaban a la cancha el Hacha Ludueña o Luis Galván. Era la mascota. Verlo salir con esas figuras era emocionante. Él no quiere que entren con algo celeste”, comenta Griselda.

Los días de partido son especiales: “Ponemos la radio, tomamos unos mates. No hay chance de dormir. Nos imaginamos el partido a través del ruido que venga de la tribuna. Ahora, mis nietos ponen un espejito por una grieta de la tribuna y ven un pedazo de partido”, agrega Griselda.

La lucharon, construyéndose desde la pobreza. ¿Qué pasaría si tuvieran que marcharse? “No me va a dar lo mismo. Si hay que irse nos vamos pero será doloroso. Hay muchas raíces. Irse sería como perder la libertad. Cuando voy a dormir a la casa de mi hija me siento encerrada y le pido que me deje la puerta abierta”, confiesa la mujer que voltea la cabeza y expone las finas arrugas de sus pómulos.

Entienden que si tuvieran que partir alguien debería reconocer el trabajo de sus familiares y recibir algún tipo de ayuda. “No hemos hecho cosas para que nos olviden tanto, para que nos dejen tirados como piojos”, se queja. Federico no duda: “Una vida maravillosa adentro de este querido club. Libres, con poquito pero plenos. Yo terminaría acá”. Se criaron de otra forma. A campo abierto. Sin miedos.

-¿Tuvieron chances de elegir otra forma de vivir?
-A veces dejamos de tener mejor vida para no dejar solos a nuestros padres. Tuvimos chances de algo mejor pero quisimos defender esto, confiesan.

Federico habla de a sorbos. “Nunca me gustó triunfar. Si uno triunfa dejar de ser humilde”.

“Si tenemos la posibilidad de irnos, ¿por qué nos vamos a quedar acá? Si podemos vivir mejor, comprar un mantel, una silla...”, dice Griselda.

Dos posturas. La diferencias. El respeto. 48 años de convivencia.

Vieron nacer a varias glorias del club. Ahora no es como antes. Tienen su teoría.

“El dinero arruinó todo. Fijate que no hay más potreros. Las canchitas de las esquinas ya no están. El dinero es necesario pero dañino”, dicen a dúo.

Carlos Ahumada, el ex gerenciador de Talleres que compró las acciones del club en enero de 2008, mandó gente suya para saber su situación. “Apareció Pichi Fauro y nos dijo que teníamos que irnos y le dijimos que tenía que hablar con nuestro abogado, que era Luis Juez”. Les habían dicho que allí iban a construirse pensiones y cocheras.

Problemas familiares habrían tensado la relación con el club. Para no tener inconvenientes, los Barrionuevo se fueron y volvieron hace 25 años.

Los "invisibles". La sombra que dibuja la tribuna enfría la escena. La heladera destartalada se sacude. Una mosca vuela hasta situarse sobre un apoya mantel con el escudo de Talleres. Griselda ya no se intimida ante el grabador: “Ninguno de nosotros mató ni robó ni se prostituyó. No es deshonra vivir debajo de la cancha. Talleres es toda la vida. Para mi mamá fue un padre, un brazo”.

“Yo digo muchas cosas y algo me dejo. Puede ser egoísmo. Pero me tengo que guardar algo, porque si doy todo el plato de comida me quedo sin nada”, suelta Federico.

Cuando el Fondo de Inversión reabrió la Boutique ante Deportivo Maipú, el 2 de febrero pasado, ella fue solita. “Me daban ganas de cruzarme la cancha y decirles que se acuerden de mi abuelo y mi mamá. Lo vi a mi abuelo cortando el pasto, las ovejas, vi mi niñez corriendo por la cancha”.

Un perro atraviesa el patio. Encara la puerta de entrada, que no tiene llave ni picaporte. Un hombre la abre y la cierra. El perro se frena torpe. No puede salir.

“Yo veo a ese perro que le cortan la libertad y me duele eso, no me gusta el encierro”, dice El Zorro, con la voz lastimada.

El sol recorta un arco pintado en la pared sin revocar. Ahí juegan sus nietos. Todos viven debajo de la tribuna. Existen. Aunque nadie los vea.

Escribano: Son usurpadores

Este diario habló con el presidente del Fondo de Inversión, Rodrigo Escribano, puesto que ellos ayudan a coadministrar a Talleres con el fideicomiso.

“Hemos decidido ser prudentes con respecto al tema de las familias viviendo en la Boutique. Entendemos que lo mejor es esperar la intervención del Juez que entiende en la quiebra de Talleres: Saúl Silvestre”, sostuvo Escribano.

“A partir de lo que nos indique, se verá qué hacemos al respecto. Pero es primordial que el Juez analice detenidamente la situación. Indudablemente que es un problema a resolver”, agregó.

Consultado por la situación legal, Escribano explicó: “Son usurpadores. Legalmente no tienen ningún tipo de contrato ni razón válida. No es normal ni natural que viva gente debajo de la tribuna. Nosotros buscamos que las cosas sean lógicas y habrá que rever la situación y ver los pasos a seguir”.

Luis Juez: No se metieron de prepo

El senador nacional Luis Juez fue el abogado que intervino para ayudar a la familia Barrionuevo cuando había rumores de un posible desalojo.

En diálogo con Día a Día, explica la situación de los familiares: “Son una familia histórica de Talleres. Son gente decente que durante años se encargaron de la utilería del club. Nunca hubo una demanda hacia ellos y nosotros no iniciamos nada. Tienen una tenencia pacífica e indiscutida de la propiedad, hace años que viven allí sin generar problemas”.

Sobre su situación legal explicó: “Ellos pueden acreditar una tenencia de un bien que no es propio pero que trabajaron por la institución. No se metieron de prepo. Hay que ser agradecidos. Esta gente hizo mucho por el club”.