Hacía mucho tiempo que no había tantas fichas ubicadas sobre la mesa en un Talleres-Belgrano.

El del 28 de abril supera, por varios cuerpos, a sus antecesores. Nada de especulación, nada de pruritos... Hay mucho por ganar y tanto o más que perder.

Si Belgrano triunfa, las poderosas garras de un torneo que castiga la irregularidad tendrán, en su recta final, menos filo. Belgrano mirará el resultado de Atlético Tucumán-Chacarita y, de favorecerlo (si vence Chacarita), habrá obtenido una victoria doble.

Con tres puntos en un encuentro de tamaña resonancia, Belgrano ya no podrá mirar hacia atrás. Definitivamente, su objetivo será el ascenso. A excepción de Chacarita, y con ocho partidos por jugar, estará encima de todos.

A Talleres, con seguridad, lo llamarán en pleno partido desde el cielo y el infierno. Tratará de atender solamente el teléfono celeste (vaya paradoja). El teléfono rojo podría distraerlo y hasta hacerlo perder.

Importarán los jugadores: ¿Quién podrá discutir la trascendencia de Olave o de Lussenhoff como transmisores de temperamento, de experiencia y de voluntad de ganar? Nadie.

Pero más importante será la camiseta. Síntesis de un amor perpetuo, de una pasión hasta descontrolada, que le aumentará el pulso a los jugadores desde su puño y le calentará el corazón desde su insignia.

Este clásico, como pocos, no resistirá muchos análisis. Será una renovada manera de vivir un espectáculo único en esta provincia, que promete saltar límites en esas cuestiones que involucran tanto a la sonrisa como a las lágrimas.