A Talleres le convirtieron en las dos primeras llegadas. Aunque descontó, atacó sin ideas y perdió 1-2.

Si Talleres hubiera embocado algunas de las tantas situaciones que generó en el segundo tiempo, cuando la defensa de San Martín devolvía cada "palazo" como si se trata de un frontón, tal vez sus hinchas se hubieran ido un poco más contentos de la Boutique. Por más que el polvillo quedara escondido debajo de la alfombra y Juan Amador Sánchez no tuviera que andar hablando ante los micrófonos sobre su dilema de aguantar o claudicar.

Pero la derrota 1-2 ante un ambiguo equipo sanjuanino colmó la paciencia –bien escaso si los hay en el fútbol, y mucho más en barrio Jardín– y provocó el rechazo unánime para un DT que todavía parece no sabe cómo administrar la herencia que le dejó "Humbertito" Grondona.

El 3-4-1-2 que Sánchez armó en procura de tres puntos vitales lució como una manta corta. La idea de atacar por los costados con Buffarini y Quiroga, de juntar a Wilchez y Zermattén, y de dejar bien arriba a Cobelli y Salmerón se diluyó apenas San Martín acertó su primer contragolpe. Con un cachito de movilidad, Ceballos y Husain desnudaron las falencias de un sistema de persecución que expuso en demasía a Céliz y Bartolini.

En una ráfaga de dos minutos, entre los 12 y los 14, el equipo dirigido por Néstor Craviotto logró una ventaja que sería decisiva. Y transformó a Talleres en un manojo de nervios que se debatió entre el empuje sin ideas de sus jugadores y las oscilaciones extremas del humor de sus hinchas.

Pura confusión. Talleres defendió mal en el comienzo, y atacó peor cuando quedó en desventaja. San Martín le copó el medio campo y le cortó los circuitos de juego, y hasta el entretiempo apenas le dejó hilvanar una jugada clara: la que terminó en gol de Wilchez, a los 30 minutos.

Algo había que retocar para cambiar esta historia, porque mientras los cuyanos le tomaban el gustito al 2-1, la "T" parecía apostar en forma sistemática al pelotazo.

Con los destellos de Wilchez o los anunciados lanzamientos de Zermattén no alcanzaba, y entonces Sánchez decidió meter mano a los 18 minutos del complemento. Pero el recambio de piezas, lejos de mejorar el engranaje del equipo, lo deterioró.

Sin Alexis Cabrera ni Zermattén, el "doble cinco" fue para el improvisado tándem Pereyra-Buffarini, y Martín Cabrera buscó sumar más claridad por la derecha.

Las variantes fueron un sinsentido, una muestra más de confusión. De allí hasta el final, y con un rival que mostraba su peor cara, consagrado al "pum, para arriba", los jugadores albiazules buscaron sus propias soluciones, aunque sin muchas ideas.