Tal como ocurrió muchas veces en el anterior campeonato, la "T" se manifestó inconsistente, con dificultades para armar jugadas que demandan tres o cuatro pases seguidos.

Pasaron más de dos meses del final de la última Superliga Argentina y nada distinto pudo verse en el nuevo Talleres.

¿Su estructura? Un 4-3-3, tal como lo propusieron tiempo atrás Frank Darío Kuldeka y Juan Pablo Vojvoda. ¿Sus jugadores? Los mismos de la temporada pasada, salvo la presencia en los extremos de la ofensiva con Franco Fragapane y el pibe Lautaro Guzmán.

Ningún sello particular del nuevo entrenador Alexander Medina pareció verse en el equipo en la manera de pararse en la cancha y en la actitud para asumir el partido.

Central Córdoba de Santiago del Estero le planteó un juego abierto, sin marcas, con espacios para que generen fútbol los que más saben con la pelota y sin ningún tipo de fricciones.

Tal como ocurrió muchas veces en el anterior campeonato, Talleres se manifestó inconsistente, con dificultades para armar jugadas que demandan tres o cuatro pases seguidos y también para defenderse, aunque el poco poder de fuego del visitante le evitó dolores de cabeza.

No pudieron verse las subidas claras y profundas de sus defensores laterales, armas valiosas y sistemáticamente utilizadas en las gestiones anteriores. Tampoco tuvieron el peso necesario para dominar el balón y el territorio sus tres mediocampistas, lo que llevó el trámite a un ida y vuelta sin dominador y con pocas jugadas de peligro.

El mejor momento de Talleres giró alrededor de su único gol. En ese espacio tuvo más movilidad y sobre todo algo de precisión en sus integrantes para darle la pelota a un compañero. Sin embargo, nunca pudo hacer valer su experiencia ni su condición de local. Salvo los primeros tiempos de Kudelka en la Superliga, cuando Emanuel “Bebelo” Reynoso, Pablo Guiñazú y Esteban Gil se apropiaban de la pelota y la descargaban en la velocidad de Sebastián Palacios y Jonathan Menéndez, Talleres nunca fue contundente en la presión sostenida hacia su adversario en base a juego y a una postura ganadora.

Esa endeblez colectiva mostrada cuando Kudelka preparaba las valijas, que se acentuó en buena parte del periodo en que lo dirigió Vojvoda (salvo aquellos recordados partidos ante São Paulo y algunos pocos más), invitaba al hincha a pensar que algún cambio podía verse para evitar ese déficit.

Eso el domingo no ocurrió. No lo padeció en demasía porque enfrente suyo estuvo un equipo entusiasta y generoso en el esfuerzo, pero en pleno proceso de armado y sin figuras desequilibrantes. A menos de una semana del debut ante Vélez Sársfield queda esperar una mejoría que combine la imagen de equipo sólido y más ambicioso, sobre todo cuando el escenario sea el estadio Mario Kempes.

Sin Palacios, con la inminente salida de Juan Ramírez, con varios juveniles que aún son promesa, y con jugadores que no terminan de consolidarse como titulares, los interrogantes se acumulan. No es tiempo para ser contundente y lapidario; sí para plantear una lógica preocupación por su futuro.