El jugador que anunció su retiro comenzó a jugar de manera profesional en noviembre 1996 y se despidió en un gran nivel.

Se presentó en sociedad en un clásico rosarino con 18 años y colgó los botines 22 años después, sin aviso previo y cuando uno ya empezaba a dudar si ese día llegaría. Fue campeón en varias latitudes (12 en total) y se convirtió en ídolo con cualquier camiseta sin necesidad de derrochar talento o llegar repetidamente al gol. Debutó en Talleres un día que Belgrano cumplía años y se marchó sin pedir permiso tras jugar su quinta Copa Libertadores.

Sí, Pablo Horacio Guiñazú fue de esos jugadores que la tribuna o la cátedra futbolística catalogan de “distintos”. Se dio el lujo de desafiar a ese inexorable reloj biológico que se encarga de arruinarle la carrera al más pintado. Porque hasta en su último partido, el del miércoles ante Palestino, correteó la pelota al lado de jugadores que aún no habían nacido cuando él ya era un consagrado de la Primera División.

“Algo me dijo ‘es hasta acá’, no fuerces nada, que sea natural”, contó ayer “el Cholo”, en el imprevisto adiós a media temporada. Sólo él sabrá qué fue ese “algo” que privó al hincha albiazul (y al futbolero en general) de seguir disfrutando y admirando a un jugador que nunca se guardó nada y que, paradójicamente, asegura que se retiró “lleno”.

Guiñazú ya es leyenda en Talleres, el club al cual llegó con mucho ruido y, por qué negarlo, con algunas dudas propias de aquellos conservadores curtidos que cuando se queman con leche, ven la vaca y lloran. Es que “el Cholo” arribó al club de barrio Jardín con 37 años, una inactividad de cuatro meses en el Vasco da Gama, su penúltimo club, y cuando se aprestaba a iniciar el torneo de la B Nacional, sufrió la fractura del maxilar en un partido de práctica ante Racing de Nueva Italia.

“Vuelvo a mi provincia después de 20 años para ascender y retirarme con Talleres”, le anticipó al periodista Javier Flores, de Mundo D, poco después de sellar el acuerdo con la “T” y postergar el sueño de Atlético Tucumán, que ya lo contaba como seguro para afrontar su flamante ascenso a Primera División. Pero aquella lesión parecía ponerle freno al optimismo que había despertado su contratación.

Después de perderse las primeras siete fechas de una B Nacional con apenas 21 jornadas, su figura pasó a ser pilar del equipo que en el que cumplió la primera mitad de su promesa: ascender. Y como para despejar cualquier interrogante, el gol del ascenso llegó desde su botín izquierdo, con un remate que clavó al ángulo del arquero de All Boys, para sepultar 12 años de continuas frustraciones albiazules.

Una campaña de lujo

A partir de ese debut ante Nueva Chicago (19 de marzo de 2016), Guiñazú estuvo en 90 de los 99 partidos que disputó el Matador. Un luchador incondicional que apretó los dientes hasta el último juego de su carrera, iniciada allá lejos y hace tiempo, cuando el 3 de noviembre de 1996, en el Gigante de Arroyito, ingresó vestido con la de Newell’s para reemplazar a Damián Manso en un derbi que finalizó 1-1.

Con la Lepra jugó 123 partidos y rápidamente se convirtió en ídolo. Tras su partida, los parciales rosarinos esperaron ansioso un retorno que pareció cristalizarse en 2012, pero cuando su pase se frustró, la tribuna rojinegra le pasó factura.

En 2001, Guiñazú hizo su primera experiencia internacional para sumarse al Perugia de Italia, donde sólo alcanzó a jugar 14 partidos de la segunda mitad de la temporada. Retornó al país para jugar en Independiente, donde festejó su primer título, de la mano de aquel gran equipo conducido por Américo Rubén Gallego.

Enseguida, Marcelo Bielsa lo sumó a la selección argentina y el 31 de enero de 2003 hizo su presentación con la albiceleste en un amistoso ante Honduras (victoria argentina 3-1 en San Pedro Sula). En la mayor también fue convocado por Alejandro Sabella, quien lo tuvo en cuenta en el proceso que condujo hacia Brasil 2014, aunque finalmente no quedó en el equipo que luego resultaría subcampeón mundial.

Rusia, Brasil y Paraguay fueron otros destinos de este cordobés de General Cabrera que, a los 40 años, cantó el “no va más”. Fue culpa de ese “algo” que le hizo ver que las hojas del almanaque eran muchas. Y cargadas de gloria. El fútbol lo va a extrañar.

El texto original de este artículo fue publicado el 2/03/2019 en nuestra edición impresa.