Talleres necesitaba ganar y lo hizo: en uno de los partidos más flojos del torneo, en el que su guión futbolístico habitual no estuvo presente, le bastó el gol y algo más para quedarse con los tres puntos ante Arsenal. Escribe Federico Sánchez.

El juego que pregona Kudelka, la dirigencia y todo Talleres en general es el de la posesión combinada con verticalidad. En jugar en campo contrario la mayor cantidad de tiempo, escalar el mismo a través de asociaciones y explotar los laterales al máximo. Como decía el “Flaco” Menotti: "ser anchos para ser profundos".

En líneas generales, ésas máximas pintan de cuerpo entero el plan de juego por el que el Albiazul conservó la categoría, por el que se anima a pelear un cupo en una Copa y por el que despertó elogios en propios y extraños. Pero, se sabe, todos los equipos tienen una meseta luego de algunos rendimientos que están bien cerca de lo que el entrenador espera. El funcionamiento de Talleres rozó dicho punto ante River y Racing, fijándonos en los antecedentes más cercanos, y la meseta parece haber llegado en sus posteriores jornadas contra Rosario Central y, ayer, Arsenal.

Todo lo que aspira el elenco de barrio Jardín en cuanto a lo futbolístico se contrapone al pragmatismo. Busca realizar un juego lo más predecible posible, controlando sus acciones e intentando reducir al mínimo el azar propio del deporte. En Sarandí, el equipo redondeó una actuación impropia de sí mismo y semejante a un pragmatismo casual y propio en el fútbol argentino.

Cuando el cómo sí importa

El aficionado albiazul, se sabe, es de paladar negro. No sólo importa el qué sino también el cómo: indefectiblemente, ganar te permite quedarte con tres puntos; pero el cómo no es el mismo, por ejemplo, contra Patronato que contra Arsenal. Sí, se quedó ambos partidos por la mínima y, más allá de ser local o visitante, eran cotejos “accesibles” teniendo en cuenta la plantilla y presupuesto de cada institución. Enfrente a los entrerrianos lo hizo con holgura en el juego pero apremiado en el marcador; en el Viaducto resultó apremiado en sendos tópicos.

Fue un Talleres extraño para cualquiera que lo sigue en su campaña. Fue llamativo el alto porcentaje de imprecisión y errores no forzados, viniendo de un equipo que se caracteriza por darle buen trato al balón. Si bien en la faceta defensiva casi no tuvo fisuras, tanto como por mérito propio y como del rival que juega como lo grafica la tabla de posiciones, en la ofensiva, la que más le importa a Kudelka, estuvo en deuda. En el primer tiempo, con el 1 a 0 parcial, no aprovechó las espaldas de los volantes donde tuvo espacios de sobra como para ampliar el marcador. La presión y la posesión no fueron productivas. En el complemento contó con los mismos espacios, debido de la desesperación del local, pero otra vez la falta de precisión se presentaron a la orden del día y cuya responsabilidad es toda de Junior Arias, que dilapidó dos ocasiones netas.

En éste contexto se revaloriza la victoria porque era necesitada para seguir prendido en el pelotón de arriba. Además de eso, es positivo saber (y creer) que la actuación de Talleres fue una excepción ya que en la cancha viene demostrando una cosa totalmente distinta. No obstante, no deja de llamar la atención que haya sucedido en partidos consecutivos. Para que no vuelva a suceder Talleres debe regresar a sus fuentes. Mientras tanto, ante Arsenal se le da un valor agregado a ésta victoria por el hecho de que no fue acompañada por el juego.