El 5 de junio de 2016 la "T" volvió a Primera División luego de 12 años.

Quizá porque se alinearon los planetas haya tenido que ser “el Cholo” Guiñazú el que sacara ese zapatazo que todavía está en vuelo para que Talleres volviera a Primera. Él fue el elegido por el destino para poner esa imagen feliz en la historia del club, llena de lucha y de frustraciones en más de una década, plena de logros y de satisfacciones en los dos últimos años.

Aquel 5 de junio ese balón disparado por el nacido en General Cabrera, de no haber sido por la red, tenía tal fuerza que hubiera caído en el Río de La Plata. Bien puede especularse con que llevaba la energía del progreso y la determinación del cambio; del alejamiento definitivo a aquellos tiempos de pobreza y oscuridad, y del acercamiento al optimismo y a las cosas bien hechas.

Hoy se cumple un año de aquel suceso, de un acontecimiento medular en el calendario albiazul; hace 365 días de aquel disparo de 25 metros y del gol, que volvieron a enderezar una estructura que aún en las peores épocas contó con el masivo respaldo de sus hinchas, un elemento esencial para que pudiera seguir con vida.

En Floresta se bajó el telón a una propuesta que en poco más de siete meses y casi siempre con boleterías agotadas mostró la energía del resucitado y el brinco del garrochista. De pronto, pareció lejano aquel espacio de corrupción y de malas decisiones que lo llevaron a explorar pueblos extraños y canchas inexploradas.

Con las diferencias de hombres y de ideas, el equipo de estos tiempos pretende expresar en la cancha (y a veces lo logra) aquel fútbol atractivo que en los años ’70 y ’80 cimentó su grandeza nacional. Fue aquel juego y aquellos futbolistas y dirigentes los que ofrecieron el menú justo a un paladar que durante mucho tiempo se tornó exigente y que en los últimos tiempos sólo reclamaba buenos resultados.

Aquel gol de Guiñazú fue el preludio de una buena campaña que está a poco de finalizar y que parece colmar las expectativas de quienes la encararon con su proyecto. Ya sea con el premio de una participación internacional o no, ese festejo en aquella tarde lluviosa en Floresta permitió poner hoy en cancha a un equipo competitivo, la parte más visible de un movimiento que manda todos los días a cientos de jugadores juveniles a la escuela y a la cancha, a otros tantos empleados a su trabajo y que convoca a miles y miles de simpatizantes a una ilusión que no terminará ni aun en el sueño más pretencioso.

Hace un año Talleres volvió a ser de Primera. Lo pedía su gente y lo interrogaba desde siempre la otra gente, la que decía: ¿qué le pasa a Talleres? ¿Cuándo vuelve?

En pocos días más, Andrés Fassi, su presidente, anunciaría en asamblea una serie de propuestas que serían el comienzo de otro ciclo en la historia del club. Un ambicioso predio deportivo es parte de la oferta de una dirigencia que se basa en el pulso popular para lanzar semejante mensaje. La fidelidad y la masividad del hincha son elementos esenciales para la vida y la proyección en el tiempo de una institución. Y la conducción del club lo sabe.

Aquel gol de Guiñazú tuvo el gran mérito de hacer subir un escalón a un club postrado por sus propios males. Y también el de azuzar un panal, que desde aquel tiempo, ha tenido la dinámica y la vivacidad de lo indetenible. Estará en su gente seguir apoyando y controlar las gestiones de quienes los dirigen para mantener ese impulso.