Uno de los 22 jugadores que dieron la vuelta olímpica con la Selección en el Mundial 78 y pilar de la época de oro de Talleres, hoy es el portero del Polideportivo Carlos Cerutti, de Córdoba. Feliz con su empleo municipal, repasa su rica vida futbolera.

El cielo cordobés está saturado de nubes que amenazan con otra lluvia. El taxista, entre risas y con el cejo fruncido, exclama: “Lo político se han choooriado hasta la primavera”. Por la calle Pinzón de barrio San Martín hay unos nenes de jardín jugando a la pelota, hasta que llega la señorita y los reta; y atrás luce coqueto el Polideportivo Municipal Carlos Cerutti. El estadio donde Atenas ha dado más vueltas olímpicas que cualquier equipo en Córdoba y en toda la Liga Nacional de Básquetbol. Es martes, no hay partido, pero sí actividad. Cerca del portón, un hombre vestido de sport y lentes, con unos papeles en la mano, dialoga con otro que le hace referencia de que a las ruedas del auto le faltan dos tornillos. El de ropa deportiva sonríe y le dice que no lo puede arreglar, en el taller le dijeron que no se hiciera drama. “No, Miguel, tenés que buscar otro mecánico. No está bueno que las ruedas estén así…”.

Un joven morocho ingresa al Polideportivo, mientras observa este diálogo, y le pregunta a un hombre calvo que está detrás de un mostrador: “Disculpe, ¿puede ser que acá trabaja la Cata Oviedo?”. El señor hace una mueca de complicidad, los ojos le brillan y afirma: “Sí, es ese que está vestido de negro, de ropa deportiva, ese es el campeón del mundo”.

Miguel Oviedo, extraordinario futbolista de la década del 70, miembro y pilar del mejor Talleres de todos los tiempos; y como si fuera poco: campeón del mundo con la Selección en el Mundial de 1978. Sí, él, la Cata Oviedo, es el trabajador municipal que cumple distintas funciones, entre ellas portero, guardia y administrador del Polideportivo Cerutti.

“Siempre tuve perfil bajo, laburé toda la vida de lo que me tocó, sin pedir privilegios a nadie”, dice aquel que supo hacer una dupla defensiva inolvidable con Luis Galván. La vida pasa, las canas se acumulan, las arrugas abundan, la visión se hace más complicada, pero los recuerdos están presentes, no se borran... y la gloria permanece.

Sus días ya no tienen el vértigo de cuando era un jugador de fútbol profesional. Se levanta alrededor de las diez de la mañana, se ceba unos mates que comparte junto a su esposa y hace algunas tareas del hogar. A las 12.30 almuerza tranquilo para luego partir rumbo a barrio San Martín para ingresar al trabajo a las 14. Desde hace diez años es un empleado municipal, aunque tiene cerca de un año en esta nueva función; cumple un horario, de 14 a 21, gestiona, abre la puerta del estadio, realiza recepciones, habla con la gente. “Mi día es la de una persona común”, afirma en diálogo con El Gráfico, en una charla que se lleva a cabo bajo las nubes amenazantes de Córdoba, donde pasa un auto, cuyo chofer le grita: “¡Cata!”; pasan los pibes que entrenan en el estadio y lo saludan. “Ya estoy afuera del fútbol. Siempre veo fútbol, ojo que no me puedo desligar totalmente, pero lo miro con otra expectativa. Ahora lo sigo como hincha, sufriendo con Talleres. Ya estoy del otro lado. La vida no es una pelota solamente”. Y esta frase hace un eco en el aire: “La vida no es una pelota solamente”. Sin embargo, aunque ese balón que tantas felicidades le trajo ya no sea su pan de cada día, está ligado todo el tiempo. “Acá soy una especie de administrativo. Y sí, hay gente que me reconoce como un futbolista que hizo algo. Tal vez no sepan que fui campeón del mundo, pero me recuerdan por la trayectoria, y eso es bueno. Me recuerdan por algo que dejé, y me da una doble satisfacción”, sostiene la Cata, que el 12 de octubre festejó 65 años. Como empleado municipal tiene que cumplir horarios, no hay privilegios. Tal es así que hace unos meses, cuando César Luis Menotti estuvo en Córdoba para un congreso de fútbol, Oviedo tuvo que pedir permiso para que lo dejaran salir un rato antes de las 21, porque la charla era a las 19.30. “Llegué y ya había terminado, pero lo alcancé a saludar, sólo lo pude ver unos cinco minutos”, contó.

Oviedo está siempre en la entrada al Polideportivo, un espacio lleno de carteles con información de las actividades que se realizan. Recibe a la gente y muchos se asombran cuando lo reconocen. “Muchos se sorprenden de verme acá... Hay gente que no sabe... Me siento cómodo en este trabajo. Fue una idea del jefe de personal, Héctor Echevarri, también hincha de Talleres, buena persona. Me pregunto si quería venir a trabajar acá, que me iba a sentir más cómodo y me iba a desligar de la presión de los chicos, y le dije que sí. Me trasladaron y me recibieron bien todos”, afirma con su campera negra semiabierta, que deja ver la camiseta blanca con el logo verde de la Municipalidad de Córdoba.

¿Qué es eso de “desligarse de la presión de los chicos”? Es que previo a su arribo al Cerutti, Oviedo estaba en una escuelita de fútbol en Corral de Palos, y luego trabajó en Argentino Central, pero ya estaba cansado de ese trajín. A propósito, narró: “Ya no estoy en condiciones de seguir con los chicos, me encantaría, pero ya no estoy para eso. Cuando se va poniendo más grande, uno quiere otro tipo de cosas, más tranquilidad. Hay jóvenes que pueden hacer ese trabajo. Ahora en la escuelita de Corral de Palos está Martín Flores, los chicos tienen otra expectativa, porque él tiene ideas nuevas, es más joven”. Enuncia la última frase y baja la mirada. Por unos instantes, la sonrisa que tiene a lo largo de la charla cesa. Pero son solo unos instantes.

En la edición 2877 de El Gráfico, de noviembre de 1974, el maestro Osvaldo Ardizzone, en una crónica sobre un Talleres-River, en la que elogiaba el andar del equipo de barrio Jardín, escribió breve y certero: “Con ese Oviedo, que juega de todo y sabe de todo”. Y en esas mismas páginas don Angel Labruna, por entonces entrenador de la T, le decía a Ardizzone: “¿Yo le había hablado de ese Oviedo...? Mire..., es un jugador bárbaro. Es cuevero, pero en Zapla lo puse de ocho y me anduvo un fenómeno...Otra vez lo puse de cinco... Ahora de tres... ¡Qué condiciones tiene!”.

Oviedo, que jugó en Palermo, Racing de Nueva Italia, Instituto y Talleres, y deslumbró por su flexibilidad en el juego defensivo, un tiempista todo-terreno, que lo llevó a ser uno de los cuatro cordobeses campeones del mundo en 1978 junto a Galván, Mario Kempes y Américo Gallego.

Oviedo no solo fue miembro de la época de oro de la T, sino que aún es el jugador con más partidos con la casaca albiazul en torneo de AFA, con 366 cotejos. Los lunes a la noche todavía juega unos picados en el Complejo “Los Amigos”, y sigue marcando presencia. “No lo extraño tanto al fútbol porque todavía juego. Me junto con algunos muchachos ya veteranos. Pero se juega de otra forma, el cuerpo duele ahora –se ríe-, pero veo que muchos compañeros y ex rivales que no tienen la posibilidad de jugar por las lesiones; entonces, agradezco a la vida y a Dios porque todavía puedo jugar a la pelota”, sostiene, y ahora lleva su mirada hacia el cielo en señal de agradecimiento. Mira a su interlocutor, se cruza de brazos y agrega: “No es tan difícil marcar diferencia todavía, por los años como futbolista. Ojo, en mi época con el cabezón Galván ya éramos tiempistas. Yo uso eso ahora”.

-Lo nombró a Galván, jugaron mucho tiempo juntos, hicieron época en Talleres y juntos fueron campeones con la Selección. ¿Siguen siendo amigos?
-Hace mucho que no lo veo al Cabezón, por ahí nos encontramos en algún evento. Somos muy amigos, ahora por las actividades que cada uno tiene, nos empezamos a alejar, pero somos amigos de muchísimos años. En Talleres concentrábamos juntos, éramos pareja prácticamente –lanza una carcajada–, y en la Selección también. Y allá, en la habitación nuestra, se incluyó Valencia. Siempre con el Cabezón.

“La memoria, si voraz y violenta, es una materia exquisita”, le hace decir Osvaldo Soriano al Mister Peregrino Fernández en el cuento “Casablanca”. Esa memoria que en las horas de trabajo a la Cata Oviedo lo asalta en emociones.

“Todo lo que viví en la Selección no se me borra nunca más en la vida”, sentencia, mientras con su mano derecha “juega” con el cierre de la campera, y agrega: “Todo futbolista aspira a llegar a lo máximo, que es jugar en la Selección, y encima ser campeón del mundo, más todavía. Son cosas que te quedan grabadas de por vida. Jugar en la Selección, en el mundial, más allá de ser campeón del mundo fue una vivencia bárbara, con un grupo humano espectacular, en el que tuvieron mucho que ver el Flaco Menotti y el profe Pizarotti. Nuestro objetivo era hacer un buen torneo, la gente se lo merecía por lo que estábamos viviendo. Pudimos ser campeones con humildad, estábamos mentalizados. Las bromas, los sustos, las anécdotas que se vivieron en ese mes no me las olvido”.

Pero hablar de Argentina 78 invariablemente nos lleva a una época oscura del país. Y otra vez la sonrisa se borra por unos minutos. “¿Ustedes vieron o sintieron algo extraño?”, es la pregunta, a la que responde, como si se la viniera venir, como si ya la hubiese repetido ciento de veces: “No te lo hacían vivir. Estábamos en una burbuja... lo único que entraba a la concentración era la parte deportiva de los diarios. Lo político, lo policial, quedaba en la guardia. Nosotros leíamos lo deportivo, entrenábamos y nada más.

-¿Sienten que a los campeones del mundo de 1978 no se los valora como merecen?
-A mí no me genera nada. Nos convocaron para jugar para nuestro país e hicimos lo que teníamos que hacer. Que no nos reconozcan no es un problema mío, es problema de otra gente. Tengo la conciencia tranquila, nunca hice nada que no fuera deportivo, jugar al fútbol. Pero en nuestro país no es solamente al Flaco Menotti y a ese equipo que no se lo reconoce, hay mucha otra gente que no se reconoce. Nuestro país es muy exitista, hay que triunfar, triunfar y triunfar. A mí me molesta.

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La prestancia de Miguel Oviedo para neutralizar a Julio César Jiménez en un Ferro-Talleres. Un defensor de notable jerarquía.
“A mí me molesta”, dice. Sí, se nota. Y lo explicita en gestos, posturas y palabras. Como también le molesta que le recuerden aquella dolorosa final del 25 de enero de 1978 en la Boutique de barrio Jardín con Talleres ante Independiente. “Lo sufrí en ese momento, no me queda el trauma. Pero me molesta cuando se acuerdan. Al igual que cuando hablan cosas del partido con Perú en el Mundial. No me quedo pensando en esas cosas”.

Trabajando en el Polideportivo Municipal Carlos Cerutti se topa varias veces con los jugadores de Atenas; la mayoría de estos basquetbolistas no lo reconocen. Al él, eso no le molesta. Pero también se encuentra con padres que agarran a sus pequeños y le preguntan: “¿Sabés quién es él?”. Esa pregunta también lo incomoda a la Cata Oviedo. Es que se aleja de los halagos. Busca evitarlos. “¿Cómo van a saber los nenes quién soy yo? No tienen por qué saberlo. Los papás los ponen en esa situación y los nenes se quedan mirando sin saber cómo reaccionar. Y yo no sé qué hacer”, narra.

Pero a propósito, ya hay unas cuantas generaciones que se quedaron con las ganas de ver jugar a Oviedo. ¿Cómo jugaba la Cata? “Yo me caracterizaba por tener buena técnica y mucho sacrificio. Cuando jugaba en el medio de la cancha, recuperaba la pelota para nuestros volantes, que en Talleres eran Valencia, el Hacha Ludueña... La función mía era quitar la pelota y entregársela a ellos; y atrás, en la defensa, era otra la función, más cómodo, con la obligación de salir jugando a la pelota. No me gustaba que la reventaran”, se define. Y hablando de reventar la pelota, recuerda una anécdota: “Una vez me enojé con el Pollo Becerica. Se pasaba todo el partido reventándola a cualquier parte. Me enojé y le grité, le pedí que no lo hiciera más; y me respondió: ‘Yo no sé hacer lo que hace usted’. De usted me trataba. Hace poco lo vi al Pollo en Laguna Larga y todavía se acordaba de esa vez que lo reté”.

Así jugaba Miguel Oviedo, ese que se deshace en loas para el Flaco Menotti, Angelito Labruna y Roberto Saporitti, porque, según él, son las tres personas que más significaron en su carrera como futbolista. Los admira, los elogia. Es el mismo Oviedo que más de 35 años después de aquellos inovlidables días de 1978 guarda como un tesoro la camiseta número 17 que supo usar en la Copa del Mundo. Bah, aunque él no la tiene, está “protegida” por su hija.

¿AFA los recuerda? ¿Los ayuda con algún dinero? Con voz tímida, sostiene: “Estamos cobrando una especie de jubilación, una ayuda económica. El Cabezón Ruggeri fue uno de los que peleó, por decirlo de alguna forma, con Julio Grondona, tras varias reuniones. Cobramos unos cuatro mil pesos y no se actualizó más. Se quedó ahí. Ellos consideraran que cuatro mil pesos está bien. Uno podrá decir que es poco. No nos olvidemos de que una de las estrellas que se llevan en el pecho es de los campeones del 78.

-¿Y usted está bien económicamente?
-Estoy tranquilo. No sobra, pero tampoco me falta. Estoy viviendo bien, trabajando en una entidad pública. No me quejo y vivo como vive toda nuestra sociedad; peleando, peleando y así. Gracias a Dios estoy bien.

El sol ni se asoma entre esas nubes bien grises del cielo cordobés. El señor calvo que supo indicarle al morocho sobre la Cata observa desde una de las puertas. Un grupo de pibes pasa con mochilas y levantan la mano. El gesticula y se sube el cierre de la campera. La temperatura vuelve a bajar, la primavera se hace desear y parece quedar como un recuerdo de otros tiempos.

-¿Quién atiende acá? -pregunta una señora regordeta, de lentes gruesos, acompañada de una amiga. Ambas de jogging.
-¿Cómo que quién atiende? Yo –responde, sonriente, la Cata–. Estaba hablando con el amigo. ¿En qué la puedo ayudar?

-Quería preguntar si acá se practica yoga.
-No, yoga acá no. Sí pilates. Pero si les interesa…

La Cata trabaja en el Cerutti de 14 a 21. A los 65 años, todavía se prende en los picados.

Alegría por Pastore, taquicardia por Talleres

Emblema de Talleres, durante un tiempo fue técnico en las divisiones inferiores del club de barrio Jardín. Y en esa función, a Miguel Oviedo le tocó entrenar a un adolescente Javier Pastore en la Quinta División del albiazul, que militaba en los torneos juveniles de AFA. Cierta vez, en una reciente nota periodística, el jugador del Paris Saint Germain y de la Selección supo decir que la Cata fue uno de los mejores entrenadores que tuvo. A propósito, el campeón del mundo recordó: “Se notaba ya de chico que era un muy buen jugador. Una vez me enojé con el profesor que teníamos en la Quinta. En ese equipo, aparte de Javier, estaba Sebastián Navarro. El profe lo hacía correr a Javier, lo retaba porque no corría mucho y le decía: ‘Así no vas a llegar a nada’. El profe era Luis Herrera, nombrémoslo, mandémoslo al frente –se ríe la Cata–. Yo le decía que lo dejara, que él estaba para jugar. Ya con nosotros marcaba mucha diferencia. Me sorprendió que no jugara en la Primera de Talleres. Pero bueno, son cosas del fútbol. Era y es un muy buen jugador, me da mucha alegría verlo en la Selección, ver las cosas que hace”.

Ya no es jugador ni técnico, pero sigue vinculado a Talleres... como hincha. “Talleres hoy para mí es una taquicardia. No lo puedo superar. Es la institución que más adoro. Tengo buenos recuerdos de Racing, de Instituto, pero con Talleres es otra cosa. Sufro mucho con Talleres. Ahora estamos felices con el ascenso, esperemos que nos dure. Los hinchas tenemos mucha expectativa por lo que puede venir”. Han pasado los años desde que colgó los botines, pero sigue siendo un ícono albiazul. Es el jugador con más presencias en AFA vistiendo la camiseta del elenco de barrio Jardín. “Pase muchos momentos lindos en Talleres. Ganarle clásicos a Belgrano, celebrar partidos inolvidables... Tuve muchas alegrías en ese club”, afirma con añoranza.