Lo pide el hincha. En todos los rincones de Córdoba, late el corazón albiazul por el ascenso. Y esta noche vuelve al ruedo, ante el Santo salteño.

Una caída al abismo y un despertarse transpirado. Una escalera a subir, sin saber hacia dónde. Correr, desnudo, mientras todo el mundo se te ríe. El sueño, la pesadilla transitoria de un invierno largo sin cambio de estación.

El destino ha sido un mal tipo vestido de sobretodo negro, un gánster impiadoso que le disparó a sangre fría. Nadando en su mortandad, balbuceando su grato nombre, el hincha de Talleres se paró en la dignidad que aún podía sostenerle las piernas.

Los guasos amontonaron billetes en viajes al torneo del nunca jamás. Abroquelaron en las gargantas la pasta de sus cantos heridos, dolorosos, apunados de tristeza. Talleres es una vieja boleta a pagar con demasiados años amontonados en su fecha de vencimiento. Nadie se ha encargado aún de saldarla. Y ese peregrinar se acomoda con notable facilidad en las hojas del calendario. Un año más. Dos años más. Tres años más. Cuatro años más... ¡Basta! ¿Hasta cuándo?

Un negrito de la villa se calza las muletas. Esas que le impiden la postración. Arranca desde su casa al mediodía. Sí, va caminando despacito hasta la parada. Se toma el bondi en el IPV de Argüello y cuando algunos otros que lo junan de la cancha pasan en auto, se apiadan para el arrime. Pero, casi siempre, todos van hasta las manos, apretándose con las botellas plásticas cortadas. El vago va a llegar como sea, arrastrando los tobillos, desplazándose como una tortuga vieja de caparazón azul y blanco. Mientras, un chetito del Cerro se pone la “último modelo” de Penalty, pasó por el Mc Donal’s, se comió una rapidita tras una noche de boliche que acabó unas horas antes. Igual, sabe que ahí el levante no le servirá de mucho. Tendrá que sufrir para poder irse contento, feliz, si es que le toca.

En barrio Jardín, un viejo tira el prolongador desde la pieza en la que se criaron sus hijos. Lo acerca a la radio al fondo del patio, abajo del durazno. La T es como ese fruto y al tío le gusta el durazno, por eso se banca la pelusa. Sintoniza la radio y escucha la previa. No tiene las pastas de la vieja que ya se le fue. Corre el nylon y levanta la mortadela brillosa, fresca. La birra chorrea ilusiones desbordadas por el vaso. Su Talleres es como las aceitunas que masculla: ss una carne rica, pero hay realidades que son sólo el carozo. Hay que escupirlo rápido. En todos los caminos del hormiguero del fútbol, siempre hay una filita de la T. Caminan de un lado para el otro. Pero van, como les sale. Ahí están los hinchas, vestidos de hinchas. Ahí estás vos, él, aquel otro. Cada uno con sus vidas, todos habitando el Mundo Talleres.

Hoy la T vuelve al ruedo en el 2013. Recibe a las 21.30 a Juventud Antoniana en el Kempes, buscando sostenerse en la zona de clasificación al reducido del Argentino A.

“Hacelo por mí”, piden los hinchas. Lo merecen hace rato.