Talleres sufrió para vencer a los salteños y ayer, adentro la cancha, el equipo fue un reflejo de lo que pasa afuera.

Talleres es una montaña rusa que a veces divierte y otras mete miedo. Que llega a la cima con puro éxtasis porque un penal le cambia la cara, le mejora las ideas; y entonces el presente es una sonrisa, se siente ganador de todo. Pero también baja de la altura en un abrir y cerrar de ojos, los corazones se alteran por rivales (ayer Central Norte) que le faltan el respeto jugando a la pelota.

Talleres se desequilibra porque juega como vive. A mil. Con declaraciones inoportunas después del empate ante San Jorge que ardieron la intimidad del plantel. Talleres es eso: un auto de confort, serenito, pero también un camión sin freno ni luces. Todo el tiempo camina al borde del todo/nada, del bien/mal y todavía no puede asimilar ciertas realidades. Como ese tipo que va terapia para aceptar que ella eligió a otro. Y se paga un alto precio por jugar y vivir así. En la victoria son todas luminarias; en la derrota, las sombras parecieran acabar con todo.

Talleres es emoción pura, no tiene filtro ni freno. Entonces lo que pasa afuera es la catarsis de adentro. Si hasta Gabriel Carabajal lo dejó clarito: “Se dramatiza mucho la situación y estamos segundos. En la semana hablaron todo el tiempo de nosotros, pero la gente y el periodismo pueden decir lo que piensan, se los respeta, lo importante es que el grupo obvió todo eso y nos encerramos entre todo el plantel”, dijo el volante.

Quizá todos quieran salvar a Talleres. Pero las formas muchas veces entorpecen el fondo. Además, en el mundo de las palabras, cada quien interpreta las declaraciones como las considera y vienen las confusiones. Las intenciones cada uno las sabe. Y ahí está Talleres, enredado entre las buenas y las malas. Porque ayer tuvo carácter para dar vuelta un partido que se le iba de las manos.

Pero también esa montaña rusa pareció descarrilar. La visita se dio cuenta de que enfrente hay un equipo sensible (no quiere decir débil) que absorbe lo que viene desde afuera.

Y la gente (no toda) es otra demostración cabal de este Talleres histérico. Cuando la T ganaba 2-1 todo era apoyo absoluto. Pero cuando el resultado le soltó la mano, el cantito “jugadores, la concha de su madre, haber sin ponen huevo, que no juegan con nadie”, irrumpió en el momento que menos le servía al equipo. Sí, necesitaba desde afuera esa mano para levantarse y no un empujón más.

Palabra referencial. Javier Villarreal más allá de su aciertos-desaciertos en el juego, a la hora de hablar va de frente. Y también explicó porque el Albiazul tiene un andar vertiginoso. “El club está en una situación difícil y en la semana se hablan tantas cosas. Uno escucha por ahí que son todas pálidas y vamos segundos”, expresó el volante a la salida del vestuario.

Pero lo bueno es que Arnaldo Sialle, su DT, es un tipo que maniobra entre tormentas. Pero que también admitió esta realidad dual de la T: “Es así, Talleres es a matar o morir, qué le vas hacer”, dijo con una sonrisa pícara de aquel que sabe en qué paño se ha metido.

Ayer, ante los salteños, la T jugó como vive. Acaso resumió en noventa y pico de minutos toda una semana de mensajes codificados y otros bien claritas. Que lo alimentan pero también lo abomban.

Nadie sabe si así podrá llegar a lo que tanto quiere. Que es volver. Nadie sabe cómo hay que vivir y ese dilema a veces te hace feliz y otras tanta te duele demasiado.