"El Daniel" mostró su talento a lo largo del país e hipnotizó a grandes maestros. Recordá lo que una vez escribió Fontanarrosa o lo que escribió Nilo Neder. Además de lo que dijeron Valdano y Salzano.

Roberto Fontanarrosa (el cuento llamado "El Exorcista" sobre el Vélez del 68' y Willington)


Era en la cancha de Central y, rodeando a Willington, había varios hombres de los nuestros. No intentaron ni siquiera anticipar o intervenir en la jugada. Sabían que esa pelota era imposible de dominar y que el rebote, corto o largo, los favorecería. Willington levantó su pierna derecha con el movimiento lento y acompasado de las garzas, hasta que el pie alcanzó la altura de su propia cabeza. Y la pelota, la trastornada, la rabiosa, la enloquecida, se posó sobre la punta de ese pie derecho para quedar allí, mansa, sosegada, como el halcón que encuentra la mano enguantada de su señor. O, más domésticamente, como el loro que localiza el dedo familiar de su dueño. Así, pegada a la punta de su botín, ya tranquila, ya exorcizada, Willington la bajó casi hasta el piso pero, antes de dejarla tocar el suelo, le dio un golpecito tenue con la capellada, luego otro, y la puso en el pecho de un compañero que estaba a unos 10 metros de distancia, por sobre las cabezas de los jugadores de Central.

Recuerdo que se hizo un silencio breve en el estadio y después rompió un aplauso respetuoso, cálido, reconocido, más propio de una sala teatral que de una cancha de fútbol. Ni siquiera sé cómo salimos ese día. Me acuerdo, solamente, de esa pelota que bajó Willington.

Fui testigo, asimismo, pasado el tiempo, de cómo el padre Karras expulsaba al demonio del cuerpo martirizado de una niña en “El exorcista”. La niña bufaba, se retorcía, vomitaba y emitía aullidos animaloides. Pero, así y todo, les confieso, me impresionó más aquella pelota que bajó Willington. Que no jugaba solo, sin embargo, en ese Vélez campeón del año ‘68. Había una defensa, al estilo velezano, de gente dura y fornida. Estaba Solórzano, estaba Zóttola. Estaban Ovejero y Atela. Atela tenía la solidez, la expresión prolija y cortante de aquellos que, en solitario y desde las tinieblas, atacaban a James Bond. Marín, el arquero, que también triunfaría largamente en México, revistaba en la línea de los eficientes y tarzanescos, los apuestos, los que bien podrían interpretar al amigo del héroe en una serie televisiva norteamericana mala. En el medio merodeaba Moreyra, un volante alto y habilidoso que mostraba un gran manejo y una particular cabeza esférica y chiquita. En la punta derecha jugaba Luna, un wing absolutamente clásico y formal, de aquellos extremos que disfrutaban de la corrida y el centro como única labor, sin ningún tipo de culpa, antes de que se los empezara a cuestionar y terminaran casi desapareciendo, como los osos panda. Luna era rubio, veloz y vertical. Metía esos centros rasantes y a la carrera, casi sin desbordar al marcador, corriendo aparejado con él, con el chanfle interno de su pie derecho, buscando las cabezas del “Turco” Wehbe, Carlitos Bianchi o, en menor medida y eficacia, Nogara. Wehbe era un ultraliviano vivo, buen cabeceador y rebotero. Fibroso, agudo, morocho aceitunado, parecía un perfil recortado sobre chapa. De esos goleadores que los relatores deportivos recién identifican cuando salen gritando y reciben los abrazos de sus compañeros tras uno de esos centros rastreros frente a los palos que van a buscar ocho atacantes y 14 defensores. Siempre son ellos, los goleadores, los que la tocaron último.

Bianchi, que por ese entonces asomaba en Primera, tenía otra dimensión, física y futbolística. Más grandote, más pesado, más sólido, era temible lanzado en carrera y podía aguantar con el cuerpo a los adversarios que se le colgaban del cuello o de los hombros. Cabeceaba muy bien y definía con enorme certeza.

Un poco injustamente, aquel campeonato conquistado por Vélez suele recordarse por esa pelota que Gallo, el lateral derecho velezano, sacó con la mano sobre la línea de gol en un partido definitorio contra River, ante la miopía repentina del árbitro Guillermo Nimo. Y no fue una mano cortita, furtiva, el zarpazo invisible de un gato, al estilo de la mano de Dios de Diego Maradona. Gallo se estiró cuan largo es (no lo era mucho) con todo el brazo extendido, para despejar esa pelota que ya entraba, tal como lo registraron algunas fotografías que aparecieron en la revista El Gráfico. Pero, de la misma forma en que no se puede borrar con el codo lo que se escribió con la mano, tampoco se podrá borrar con la mano de Gallo lo que Vélez, en el ‘68, conducido por el parsimonioso talento de Daniel Willington, escribió con los pies y con el corazón dentro de la cancha.

Daniel Salzano (periodista)


Hacés grandes esfuerzos pero, por más que lo intentás, no conseguís precisar los detalles más obvios de la gesta.

No te acordás, por ejemplo, si el partido se jugaba a la luz del Sol o de la Luna y tampoco quién era el adversario. Lo único que recordás con nitidez es que Daniel Willington retrocedió dos pasos, que onduló su pesado perfil de dandi provinciano y que en el mismo instante en que pateó, levantó los brazos como un emperador y saludó por anticipado en dirección a la tribuna popular.

Sacudida por una descarga eléctrica, cuya intensidad hubiera servido para nivelar el déficit de Epec, la pelota recorrió los 40 metros que la separaban del arco, atravesó con la gracia de un delfín la línea que separa la gloria del fracaso y, al clavarse en el rincón de las arañas, desencadenó un huracán de fuegos artificiales.

Desde entonces, en el mundo han triunfado revoluciones y golpes de Estado, han entrado en erupción volcanes fabulosos y han caído vastos imperios con todo lo clavado y lo plantado. El gol de Daniel Willington, sin embargo, continúa siendo eterno.

Lo corrobora una encuesta publicada por el diario, una encuesta empeñada en determinar cuál ha sido en la historia de la ciudad su deportista más iluminado. El resultado no ofrece dudas. Primero, Willington; después, nadie. Y después, nuevamente Daniel Willington.

En realidad, no somos otra cosa que un conjunto de perfumes, sensaciones y recuerdos y la única verdad que prevalece es la música de las palabras al evocar un gol que seguramente comenzó a gestarse hace miles de años, cuando Homero decía que a los dioses tanto se llegaba a través de la oración como siguiendo el vuelo de la flecha de un atleta.

Jorge Valdano (ex futbolista)


Cuando se le consultó a Jorge Valdano sobre algún recuerdo que lo ligue a Córdoba, comentó que en algún momento sonó su nombre en Talleres, recordó compañeros cordobeses en la selección argentina y no se puede olvidar de un partido, su debut en esta ciudad, contra Talleres en barrio Jardín. “En mis inicios como jugador se habló de Talleres. Incluso ya en España, hubo un rumor que me ligaba con ese club. Después tuve vínculos fraccionados con Córdoba.

Tuve una relación de competencia con Kempes en la selección. También con Ardiles y ‘el Perro’ Pavón, que luego fuimos compañeros en Alavés”, agregó. Después recordó una anécdota que le ocurrió en la Boutique y que lo llevó a perfeccionarse: “Recuerdo con mucha nitidez el primer partido profesional en Córdoba. Adelante tenía a Willington y pensé que mi profesión y la de él eran distintas. Fue en 1974, en cancha de Talleres, y ellos tenían un tiro libre a unos 40 metros. El arquero pidió barrera y yo no entendía cómo se podía pedir a tanta distancia. Se acomodó Willington para pegarle con la pierna derecha y no le gustó el ángulo. Entonces se acomodó para pegarle con la izquierda. Señal que se sentía con la misma capacidad para tirar desde ahí con una pierna o la otra. Y sacó un tiro impresionante que casi rompe el travesaño. Por eso dije: Si este es el nivel del fútbol, voy a tener que progresar mucho para ser alguien. Luego me di cuenta de que Willington había muy pocos”.

Nilo Neder


Yo te saludo Daniel de los Estadios
Y te agradezco
Por ellos, y por mí.

No por el gol de un triunfo ambicionado
Sino por todo
Por el juego del poeta y del cerebro
Por el canto de un pueblo
que olvidó colores
y gritó tu nombre para llamar al fútbol.
Yo te saludo Daniel de los Estadios
Por tu juego
Por tu ciencia
Por tu arte.

Por tu fútbol
Por la fiesta de todas las tribunas
por la sonrisa nueva de aquellos que no ríen
Pero los domingos cantan.

Yo te saludo Daniel de los Estadios
Por los que juegan
Por los que escriben
Por los que hablan
Por los que gritan
Por los que aplauden

Yo te saludo Daniel de los Estadios
Por vos y por el fútbol.