Todo mal. El hincha explotó con el pálido empate de ayer y le bajó el pulgar al DT. Bianco, desde su lugar, hizo lo que pudo.

Una canción triste. El ya fallecido Federico Moura le podría haber dedicado “Imágenes Paganas” con esa frase de inicio: “Vuelvo agotado de cantar en la niebla”. Talleres inspira eso. La desazón. Talleres genera eso. La angustia. Talleres hostiga naturalmente. “Andate Bianco”, tiró la gente. Ni Chauchas, ni palitos. Ni fu, ni fa. No fue nada este Talleres, apenas un pedazo de trapo viejo de aquella camiseta a rayitas finas en tela de grafa. La T mostró un juego anémico. Y fue un olvido en el primer tiempo. La tibieza, la indecisión y la falta de un plan.

El equipo de Bianco se perdió en sus carencias. Las de tres cuartos de cancha hacia adelante que, con enganche y todo, dependió de algunos pelotazos al pique de sus delanteros Sáez y Riaño. Un Pereyra en off que se encendió muy poco. Sus baterías le dieron energía para dos remates débiles. El medio, el maldito medio albiazul, se debatió en la inconexión constante. Díaz ausente, Gianunzio multiplicando su esfuerzo, Erroz por la derecha sin sentir su función.

Mucho antes de ese hastío absoluto, en el que reprobaron al equipo con insultos y en el que sacaron el pañuelo blanco para despedir a su entrenador, los hinchas precipitaron la ira tras 90 minutos de impotencia soberana.

¿Qué es ser hincha de Talleres hoy? Es como meterse en la máquina del tiempo. Sacarle la tierra sobre el vidrio a las fotos viejas. Ese polvo marrón que esconde las sonrisas de tiempos mejores. Los ‘70, los ‘80, y algo de los ‘90. Pero esa vida se ha ido degradando en un viaje que no encuentra un sendero de retorno. Volver del infierno no es fácil, peor si ya se parece más a una costumbre eso de soportar la insoportable temperatura que reina en barrio Jardín.

Talleres no gana en la categoría que menos imaginó habitar. ¡No gana! Talleres es una parodia de sí mismo. Eso de que algunos lo ven como un grande de verdad y que se animan, con eso y mucho más, a mojarle la oreja no sólo a su historia, sino a esta alegoría de que es un gigante. Nadie discutirá cual es el peso histórico de esta camiseta. Sería de necios. Sí se discute que portarla hoy no parece conllevar una significancia a los mejores tiempos albiazules. A Talleres se le están riendo en la cara.

Cualquiera le juega. Y resulta que ahora, sea Unión, Sarmiento de Leones o el cuadrito más intrascendente viene a hacerle un pito catalán en la cara.

Ayer fue eso este Talleres, vacío como las Sierras de Córdoba, seco. Lo que se le pide a gritos es algo de frescura. Y es este Talleres el que se cuartea sólo, el que se resquebraja en la sequedad de sus carencias. El enganche y dos puntas no garantizaron nada de lo ofensivo que se pueda pretender. Y cuando le respondían, los de sunchales se las arreglaban para incomodar a los de atrás. ¿Entonces? La lluvia nunca le llegó, apenas la llovizna del andar adolescente de Carabajal. El pibe fue una pieza de recambio. Pero fue como una bujía nueva en un motor oxidado. Había chispa por momentos, pero la tracción del juego no podía responderle por la tenue y obsoleta propuesta.

Talleres, todavía te lo preguntás, ¿por qué se te burlan tanto? ¿Por qué cualquiera viene y te hace partido? ¿En Primera? Bien sería otro cantar. ¿En segunda? Y ya es como para pensar que a comparación de lo que hay hoy, pelearla en una B Nacional sería lo más lógico. Pero que la burla sea acá, en el Argentino A, casi que no puede aceptarse tamaña osadía.

Las consecuencias son inevitables. Y el fracaso es circular. Es como el agua del lavarropas. El principio se junta con el final. Y todo da vueltas hacia el mismo lugar.

En el Argentino A no demostró en la primera temporada que era el grande que la debía dejar. No demostró en la segunda temporada que estaba para ser un candidato serio para abandonar este calvario. No lo demuestra ahora, en esta vida mal llevada en su tercera temporada consecutiva. Y ya no es un estado de coma. Es un estado de zombie. Camina en su mortandad lastimosa sin encontrar un destino certero.

Talleres está acostumbrado al Argentino A. Su ecosistema conformado por esta malaria recurrente le impide asomar esa atmósfera y romperla. Está encapsulado en esa confusión. Es como el borracho al que todos le hablan a su alrededor y no puede escuchar a nadie por ese estado colapsado.

Talleres no fue ni Chauchas ni palitos. La gente está en estado de combustión permanente. Y es entendible. El técnico está ido para el hincha, pero no para la dirigencia. El equipo no responde ni por su amor propio malherido. Únicamente los triunfos darán vuelta todo. ¿A cualquier precio? Eso no alcanzará jamás si no hay al menos un plan ejecutable. Y el Talleres de hoy propone, pero no dispone.