Fiesta en la Boutique. Explotó barrio Jardín. El hincha puso todo y festejó muchísimo el 2-0.

Los tipos se miraron y se saludaron como siempre. “¡¿Qué hace, maestro?!”. “Todo bien, papá. Hoy ganamos. Lo siento más que nunca, acá adentro”, mientras se tocaba el pecho, a la altura del corazón.

El diálogo se repitió en cada espacio de la popular, en cada sitio de las plateas. Las pequeñas historias que conformaron esa multitud que volvió a congregarse en La Boutique, impulsada no solamente por el amor a la camiseta, sino también por una ilusión dispuesta a quebrar récords de altura.

La mayoría ni sabe cómo se llama ese tipo que tiene la misma camiseta que él y que, en cada partido en barrio Jardín, se le acomoda al lado. Casi como cábala.

Acá no importa si uno es científico y el otro de los que se levantan cuando el alba todavía se despereza para ir al mercado a buscar los cajones.

Es un convite igualitario, para ir a disfrutar o sufrir. La apuesta en el creer renace en cada pelota que Zárate acaricia, en cada quite de Ruiz, en cada arremetida de Riaño o en cada tapada de Crivelli.

Lo mejor del fútbol estuvo en La Boutique. Dos equipos dispuestos a jugar, y dos hinchadas viviendo cada una su propia fiesta. Es el fútbol que necesita vivir.

El fútbol que se debe disfrutar. Ese que va de la mano de los Zárate o los Francia. Ese que tiene a la gente respetando su lugar y su espacio. Y el de los otros.

Cancha llena, corazón contento. El que late en el fútbol mismo.

Un día para recordar, con pasión futbolera en su máxima expresión en la Boutique. Ganó Talleres y entonces todo fue (más) fiesta.