Contundente. Apareció Álvarez y la T resolvió un juego que era empate. Es un equipo con gol.

Tiene los bracitos flacos. Le bailan en la camiseta. Y no tiene pinta de haberse ido muchas veces a las manos en su vida. Pero, cuando sus botines pisan el césped, es capaz de bajar al más pintado. De animarse con el más grandote del baile. Y busca la pelota, tira un firulete y da el pase. Luego la va a buscar. La pide. Y encara. Como todo guapo de potrero. No es una Mole y tampoco es Moli. Pero este Fabio, que también es cordobés, te noquea. Con su fútbol y, claro, con sus goles.

Por eso los hinchas de la T volvieron a quedar ayer rendidos a sus pies. Con otro gol que definió un partido. Como si fuera tan simple. Así lo hace parecer este Álvarez. Como si todo fuera fácil. Por su aparición, sobre el cierre del juego de ayer ante Estudiantes de Río Cuarto, el Albiazul cerró esta etapa del Argentino A con un triunfo (2-1) que energiza. Y que iba para un empate tedioso. Que dejaba más titubeos que convicciones.

Ahora, pongamos pause en esa jugada. En el exacto minuto 45 del segundo tiempo, ayer en La Boutique. Hay un gordo en la platea que se agarra la cabeza. González Barón casi está en el piso, luego de haber metido una pelota de gol que nunca nadie imaginó. El arquero Mancinelli se come la bocha. Es de él. A centímetros de tenerla en sus manos. A pocos metros, el Sapito Coleoni está por morfarse su gorra. Enloquecido con la última jugada. Y ahí está Fabio. Mirando el arco. Y también al golero riocuartense. La imagen está congelada, con su pie derecho apenas punteando la bocha. Afuera, sus familiares están abrazados. Con la radio en la oreja y la camiseta de su debut en el cuerpo.

Ahora sí, finalmente, ponemos play. La imagen vuelve a correr y la pelota lentamente camina hacia el arco. Entonces, todos explotan. Álvarez corre a festejar su segundo gol con la camiseta de Talleres y arranca el alarido general en barrio Jardín. Ahora sí, todos esperanzados con el futuro próximo que se viene.

¿Cuál es el verdadero? Los 30 minutos iniciales del encuentro le mintieron al hincha de la T, que no estaba acostumbrado a eso en los últimos juegos. Monay cortaba y jugaba. Zárate se juntaba también para la circulación y, arriba, Sacripanti era un infierno, desbordando por todos los sectores posibles. Lejos de las dudas y los fantasmas del pasado reciente, el primer tiempo dejó la sensación de que había otro Talleres. Uno renovado. Pero, claro, un zurdazo de Martín Dopazo, a los 43 minutos, puso el 1-1 y aplacó al equipo de Coleoni.

Y fue tan diferente la imagen del complemento para el Albiazul, que preocupó en demasía a sus fanáticos. “Che, ¿y cuál es el verdadero Talleres? ¿El del primero o este?”, se preguntó un pelado en la platea, dejando a sus compañeros de cancha sin respuesta. Ni hablar de los rostros de todos cuando el peligrosísimo Gatto metió un derechazo en el travesaño que pudo nublar por completo la tarde soleada. Reaccionó Coleoni y sumó gente de buen pie en cancha. Juntó a Zárate, el pibe Álvarez y al Tin Díaz. Un trío que entusiasma a cualquiera, pero que no funcionó.

Ya había clima de nervios y alguna puteada en La Boutique. Pero esos se olvidaron que tienen un Fabio que te noquea. Que se llama Álvarez. Y que con una buena mano, te voltea. Ayer le pasó a Estudiantes, que terminó en la lona.