Cualquier análisis que pueda realizarse del funcionamiento de Talleres en el partido de ayer no puede prescindir de una realidad incontrastable: la de un equipo en formación y adolescente, al que le falta un largo camino por recorrer para lograr una madurez colectiva que lo identifique.

Hubo demasiado ensayo y error. El equipo se mostró previsible y poco trabajado en lo táctico, como producto de una pretemporada tardía que le impidió explotar ese componente tan importante en el fútbol que es la sorpresa.

Mejor adelante que atrás. Talleres lució mucho más cómodo a la hora de arriesgar y atacar que de defenderse, pese a que el sistema 4-3-1-2 y los intérpretes que eligió Saporiti –con tres volantes centrales distribuidos en el medio– presagiaban una seguridad defensiva de la que finalmente careció.

Falta trabajo. Los dos goles tempraneros de su rival poco tienen que ver con una cuestión de dibujo y sí con descuidos propios de jugadores a quienes les falta trabajo conjunto. De otro modo no se puede entender que le convirtieran de dos pelotas paradas.

Al equipo, además de una voz de mando, le faltó en el primer tiempo quien tuviera el balón y lo supiera administrar. Y sin llegadas por las bandas –Galarraga y Basualdo no son carrileros– Talleres debió acudir a lo que no sienten sus juveniles: tirar pelotazos para un solitario y exigido Moreira Aldana.

Con tres arrancó. En el complemento, con tres en el fondo, Arce ensanchando la cancha y con Díaz asumido como conductor, el equipo mejoró mucho y descontó. Pero el tiempo no le alcanzó.