Humberto Grondona está convencido de que la portación de apellido loperjudica más de lo que lo beneficia en su carrera como entrenador, yasí lo hace saber cada vez que le toca referirse a alguna jugadapolémica a favor o en contra de Talleres. "No necesito que me ayuden;y no creo que lo hagan. No se olviden de que estos 'muchachos denegro' me robaron un campeonato en Godoy Cruz", afirmó luego delangustioso 3-2 sobre Almagro de la semana pasada.

Lejos de tratar de sacar provecho de su condición de primogénito deldirigente máximo de la AFA, "Humbertito" prefiere apelar a otra clasede ayuda para tratar de tener éxito en su aventura como DT. Suspredilectas son las cábalas, como el buzo polar de color azul que lucedesde hace varios partidos o la estatuilla de la Virgen de Luján quealguno de sus colaboradores suele colocar al lado del banco de la "T".Pero hay más: no son pocos los que, en el entorno del técnico, leadjudican algún mérito en la mejoría del equipo a un enigmáticopersonaje de tez morena, barba candado y colita en el pelo, que yasupo acompañar a Grondona en 1993, durante su primera y breve gestiónde siete partidos (cuatro empates y tres derrotas) en barrio Jardín.

"Me llamo Leoncio, y soy amigo de Grondona... y también de CarlosAhumada", responde el hombre con timidez, y tratando de pasarinadvertido, al justificar su presencia en los vestuarios, colectivos,hoteles y en cuanto lugar se encuentren los jugadores y el cuerpotécnico de Talleres. En la intimidad albiazul lo conocen como "elPái", y es el mismo que hace 15 años, junto con Grondona,protagonizaba curiosos rituales en los lugares de práctica, quemandodiarios y revistas "para espantar las malas influencias" o "curando" ala Boutique. Ayer, en Rafaela, no fue la excepción. Leoncio, yaincorporado a la planta permanente del folklore tallerista, presencióel partido. Luego, en zona de camarines, monitoreó la tarea de losperiodistas y hasta le sacó fotos a "Humbertito" desde su teléfonocelular.