“El Pupi” dijo que le sirvió irse de chico a Buenos Aires. Idolatra a La Barra y a Gabriel Batistuta, y contó que resignó una deuda para jugar en Talleres.

Colonia Lola está de fiesta. El barrio festeja la vuelta del hijo pródigo. Se trata de Luis Salmerón, aquel que a los 14 años se fue a jugar a Ferro y que ahora, a los 26 años, volvió para jugar en Talleres, el club de sus amores. El día después del debut triunfal –con sus goles, la “T” venció por 2-1 a Unión y logró su primeros tres puntos–, Salmerón está en la casa de mamá Gladys y papá José Luis.

–¿Analizaste tu actuación?
–Toqué tres pelotas: el cabezazo que me sacó el arquero, el penal y, al final, el cabezazo del gol. Después fue todo lucha, aguantar y tratar de generar espacios. Pero viste cómo es el fútbol: al que tiene “la 9” y hace un gol, le dan los mejores puntajes. Esta vez me tocó a mí. Pero hasta que hice el gol había hecho lo mismo que Sebastián Cobelli. Entonces, si se dice que él no hizo nada, yo tampoco había hecho nada. Y a él se lo criticó. Si él hubiera tomado la pelota para patear el penal, los titulares de los diarios hubieran sido: “La dupla Salmerón-Cobelli”. Hoy es muy lindo estar de mi lado, pero es difícil estar del lado de Cobelli.

–A él no le quedó ni una.
–Yo sólo había tenido un cabezazo que provino de un lateral. Después, ¿cuál tuve? Cobelli por lo menos pateó al arco, yo no. Si no hubiese hecho un gol, ¿qué hubieran dicho? ¿Para qué vino Salmerón? ¿Para correr? No. También me dolieron los insultos al DT Grondona. Por eso lo abracé. Si lo insultan a él, es como si lo hicieran conmigo. Grondona hizo que me trajeran. Soy agradecido.

–Batistuta dijo: “Detrás de cada gol, hay una historia”. ¿Cuál sería la de los tuyos?
–Salvando las distancias, je... Lo único que tenemos parecido con “Bati” es que cuando empezó a jugar, le decían gordo, igual que a mí. Pero sí, los goles fueron como un desahogo. El tema del pase fue largo. Todos los años, a esta altura, “me iba” a algún lado. Y nunca pasó nada, hasta ahora. Igual, se complicó. El miércoles que viajé a Buenos Aires casi me agarro a trompadas en el juzgado que maneja a Ferro. Me bajó la presión y volví a Córdoba muy cansado. Recién el viernes se confirmó el pase. Y el domingo, cuando me levanté, el gerenciador Carlos Ahumada me dijo: “Hasta las 2 de la mañana estuve esperando que me dijeran que podés jugar”. También se dice que el pase de Salmerón sale tanto, que voy a agarrar otro tanto. Al fin y al cabo, todavía no agarré nada. Es más, resigné una deuda para que el pase se hiciera.

–¿Una deuda de Ferro?
–Sí. Hay cosas que no se saben del fútbol y que uno debió pasar para que ocurriera lo del domingo pasado. Un partido son 90 minutos, en los que uno grita, sufre, llora y putea. Pero todo lo anterior fue bravo. Aún no me puedo relajar. Si el pase a la “U” no se caía, yo estaría en Chile. Cuando me dijeron de Talleres… estaba bueno. Pero lo veía difícil porque ¿dónde se ha visto que en la B Nacional se compre un jugador? Debían ponerse de acuerdo tantas personas. Era raro e ideal porque iba a estar cerca de mi familia después de tantos años. Hoy me siento raro. Con mi novia pensábamos en irnos al exterior. Ojalá que todos los fines de semana sean como éste. Es muy loco.

–¿Cuándo fuiste a Ferro?
–A los 14 años. Un día les dije a mis viejos que no quería estudiar más. Que me iba a vivir a la casa de mi abuela para probarme en un club. Y salió lo de Ferro. Si seguía acá y hacía inferiores, no hubiera sido jugador. Capaz que cantante o músico. Es una pasión. Mi banda es La Barra. “La Pepa” Brizuela es uno de mis ídolos, junto con Batistuta. Estando en Buenos Aires, aprendí a valorar la vida. A extrañar lo que se tiene todos los días, como la familia. Hoy la vida me devuelve lo que me faltó durante muchos años.