No era 7 de junio, y no obstante, fue el Día del Periodista por todo lo que hubo que trabajar en torno a la información que crecía y se desbordaba. No era el Día del Inocente, y sin embargo, figuras rutilantes como Hernán Crespo, Claudio López, Cuauhtémoc Blanco, Sebastián Abreu y el propio Ariel Ortega, retumbaron en barrio Jardín sin que nadie se atreviera a desmentir nada, aunque pocos confirmaran algo.

Y la onda expansiva de «la bomba» trascendió los límites de Talleres y sacudió al país, con la prensa nacional conmovida por el hecho de que el hijo directo de River deshojara margaritas entre los camellos del medio oriente o el «Burrito» cordobés. Todo terminó por ser creíble. A la sazón, Carlos Ahumada ya demostró que su amor por Talleres es tan generoso como su billetera, y en definitiva, la competencia no fue el Al Mir Sports de Emiratos Arabes, ni un club europeo, ni siquiera uno mexicano. Fue el decidido Independiente Rivadavia de Mendoza que encaró las tratativas pensando en el jugador, en la figura y también en el ser humano. En esa persona que necesita ayuda por su adicción.

A Talleres la posibilidad de una contratación explosiva le pasará por arriba, con un avión que trasladará a Ortega de este a oeste, sin escalas. De todos modos, el animoso gerenciador albiazul sigue escudriñando el firmamento futbolístico, para determinar con qué otra estrella puede encandilar.