La gente volvió a dar una muestra de fidelidad, pero el partido quedó en deuda.

El envase era casi el mismo que el del clásico pasado. Un estadio casi lleno y sólo apto para público local, y un buen número de hinchas visitantes “infiltrados” con el objetivo de presenciar un triunfo ante el rival de siempre en semejante condición.

Lo que cambió fue el contenido y el guión para los protagonistas: Talleres, en el papel del más necesitado al transitar en los puestos cercanos a la reválida, y Belgrano, en el rol de aspirante a luchar por el ascenso y listo para aprovecharse de las limitaciones del “primo”.

Ese menú fue comprado por 43 mil egos albiazules que trataron de “llevar” a su equipo a ganar a como dé lugar. Y “los camuflados” celestes, desperdigados mayoritariamente en plateas, mandando sus ondas positivas, esperando que los de Mario Gómez les cumplieran la fantasía de ver cómo ganaban los tres puntos con un estadio en contra.

Al final, tanto marco y tanto esfuerzo por no ser descubierto no tuvo relación con la pobre producción futbolística que ofrecieron cada uno de los equipos. Y que no haya habido un ganador, neutralizó apuestas, promesas y todo lo que se pone en juego en estas lides populares.

Poquitas emociones. Los hinchas de Talleres experimentaron un puñado de emociones. Se esperanzaron con un remate del pibe Reyes que tapó Olave (de paso, lo insultaron un poco), sufrieron con las corridas de Gigli (“¿Y Maidana?”, se preguntaban), el tiro al travesaño de Bustos y la expulsión de Brasca y recuperaron el color con el ingreso de Alexander Viveros (“¡Qué pase le metió ‘el Negro’ a Quiroga!”, reflexionaron a coro). Y ahí tomaron rienda suelta para cantar el hit “Nunca podrás olvidarte aquella vuelta en el Chateau”.

Igual, la actuación no entusiasmó a la gente, que se entretuvo siguiendo por radio cómo iba Instituto y el vértigo que mostraba el DT Ángel Comizzo, en el banco. El entrenador se movía, gesticulaba y llegó a ordenar el cambio de ejecutor de un lateral. “¿Lo estarán picando las hormigas?”, dijo un plateísta de “la techada”, que seguía muy atento todos los movimientos.